Gloria Arias Nieto | El Nuevo Siglo
Viernes, 16 de Enero de 2015

PUERTO LIBERTAD

 

Charlie (II)

 

Cada  vez que algo horrible sacude al mundo, las ondas expansivas de la tragedia se llenan de toda suerte de reacciones. El expresómetro va de la genuina solidaridad, al odio radical, e incluye intentos de fusionar otras miserias de distinta causa y perfil, como si fuera necesario meter en el mismo saco todos los muertos y desventuras del mundo.

No comparto los intentos de comparar lo incomparable, ni la estéril cacería de brujas que emprendieron algunos, tratando de medir si al planeta le importó más la masacre de Paris, que  la de Nigeria. Ambas dramáticas, dolorosas y censurables, tienen distintos significados, distintas etiologías y consecuencias.

Esta semana, simultáneo con los testimonios solidarios, se alzaron muchas voces para protestar contra Francia y su escaso control al terrorismo; los gringos, y su excesiva represión; el ejercicio de la sátira, y su inherente irreverencia; la segregación racial y los guetos del siglo XXI. Protestaron incluso porque en la impactante marcha del domingo en Paris, los presidentes y delegados VIP estuvieron en una ubicación especial, separados del populorum. (¡Fácil cuidarlos!).

Uno agradecería que la gente se expresara con sentido común, pero aun si no lo hace así, tiene inalienable derecho a su vida. Los contenidos y formas son discutibles. La vida, no.

Es necesario que las personas se manifiesten, y no se les cocine su inconformidad en una olla a presión, detestable utensilio que podría simbolizar las sociedades totalitarias y excluyentes.

Déjenme decirle a quienes afirman que Charlie y sus muchachos se lo buscaron (incluso balbucean que se lo merecían): No, señores. Rotundamente, no. Ningún periodista  merece que lo desbaraten con un AK 47, y que en los medios de comunicación, en vez de tinta corra sangre.

Pretender que una caricatura de denuncia política, económica o religiosa, sea respetuosa y considerada, es un imposible conceptual. La sátira es burla, y por definición, la burla ofende. La caricatura es uno de los  géneros periodísticos que exige más agudeza y más poder de síntesis. Implica tener un exprimidor de naranjas en el cerebro y en la mano, para extraer lo realmente relevante de una situación, y plasmarlo en una imagen que critique, seduzca y cuestione.

A uno puede o no, gustarle la irreverencia; y si bien no es obligatorio estar del lado del caricaturista, sí es imperativo defender su derecho a que su uniforme de trabajo no sea un overol negro, con un gran círculo de tiro al blanco rodeando el corazón.

Los límites de la expresión periodística deben ser la responsabilidad y la verdad, no el potencial grado de  agresividad del sujeto objeto de la denuncia, sátira o artículo. O despidámonos entonces de las columnas sobre narcotráfico, alzados en armas, ineptitud, corrupción, y tanto adefesio moral, social y jurídico, que nos atañe y nos rodea.

Un periodismo asustado es una de las peores desgracias que le pueden ocurrir a la democracia. Así es que ni modo. Uno escribe lo que tiene que escribir. Si el riesgo es alto, pues se asume. O cambia de oficio.

No, señores: Charlie -como todo líder de opinión- podía merecer los contradictores de medio mundo. Pero jamás, la estúpida fuerza de una bala.

ariasgloria@hotmail.com