Gloria Arias Nieto | El Nuevo Siglo
Viernes, 27 de Febrero de 2015

Reinventarnos

Kofi Annan, el Papa Francisco, Obama, y el Premio Nobel, Óscar Arias, apoyan nuestro proceso de paz.

El 2 de marzo, presidentes, expresidentes y líderes de diferentes sectores, conducirán en el Teatro Real de Madrid, el Foro por la Paz de Colombia.

Víctimas reales, huérfanos, viudas, desplazados y voceros comunales, se han pronunciado a favor del perdón; dicen que están cansados de odiar, y que el camino del ojo por ojo, no lleva a ninguna parte. Pero un sector de la sociedad colombiana pide castigo para los malos, y no está dispuesto a sacrificar rigor ni justicia. Difícil.

Habrá que innovar mucho, para alcanzar -en el mejor de los casos- una paz imperfecta. El precio de una paz perfecta,  no habría con qué pagarlo, porque no ahorramos los miles de muertos, inequidades y miserias que históricamente nos han agobiado, y esas arcas están en rojo.

El Gobierno, muchos de nuestros jóvenes, algunos de nuestros viejos, y ciudadanos cotidianos que venden lotería, trabajan en fábricas y orquestas, trapiches y hospitales, comparten un sentimiento: es preferible un átomo de certeza, y ese  puñado de frágil esperanza que nos concede el proceso, a  la contundente seguridad de fracaso, que nos aporta un conflicto sin resolver.

Y cuando digo conflicto, no me refiero solamente a nuestras montañas vestidas de luto; pienso en esa confrontación en goteo permanente, que libra el hombre contra sí mismo, contra la decepción y la indiferencia. Esa guerra interna que hace que una niña se suicide, los amantes se maten, y un atracador de 16 años, muera por los golpes que le da un vecindario enardecido.

La guerra que lidera la intolerancia es un  monstruo que pasa de mano en mano, como un gran cataplasma de asbesto caliente; deja la piel cubierta de quemaduras, chorrea negro, como sangre de cuervo, y solo sirve para engordar los bolsillos de quienes  se nutren de las armas, la beligerancia inconsciente, la venganza y sus derivados.

Tanto odiarnos, tanto clamar justicia hasta las últimas consecuencias, tanto hablar del peso de la ley; tanta exigencia estéril y tanta oferta incumplida, no nos han hecho más libres, más útiles o más socioefectivos.

Sin embargo, muchos insisten en seguir por esa ruta fracasada, y se matriculan en cursos intensivos para tomar café sobre un caballo de paso, y descalificar con particular retórica a facinerosos, homosexuales y pecadores. Se rasgan sus hipócritas vestiduras, y exigen castigos ejemplares.

Éste es un curioso país, donde pasan muchas cosas vergonzosas. Por ejemplo, decir “limpieza social”, no es hablar de una convicción ciudadana, encaminada a despejar el corazón y liberarnos del rencor;  mirarnos sin miedo y sin puñal;  tener la frente en alto y la conciencia tranquila. No. Aquí, “limpieza social” no se trata de hacer cosas que nos ayudarían a sentirnos socialmente limpios, relativamente buenos, y menos insolidarios; aquí traduce matar mendigos, cazar drogadictos y linchar raponeros. ¿Qué es esto? ¿Pequeños átomos de Hitler, recorriendo las venas de falsos y perversos adalides del orden?

Creo que la única opción es reinventarnos. Con más humildad y menos paradigmas. Reinventarnos, sin egos ni pesares, como un triunfo de la conciencia.

ariasgloria@hotmail.com