Gloria Arias Nieto | El Nuevo Siglo
Viernes, 15 de Enero de 2016

La pequeña tantö

“Mucha plata y poca neurona no sirve”

 

CADA vez que habla una comisión de expertos entro en pánico. El mundo industrial, matemático, agrario, científico, está lleno de sabios parcelados y parcializados, ensimismados en  temas puntuales. Tienen  el ojo puesto en el átomo de hidrógeno, no en la molécula de agua, ni en la lluvia, ni mucho menos  en la sed; generalmente sus propuestas y decisiones dejan en quinto plano la inmensa complejidad del ser y su entorno, como si la visión holística fuera una romántica y arcaica manía de filósofos y antropólogos.

No es mi médico ideal aquel que domina la anatomía y funcionamiento de la tercera falange del dedo meñique, pero no le importa si la mano pertenece a un monje tibetano, a un niño de Biafra o a un futbolista holandés.

Tampoco voy por el experto que busca incrementar el patrimonio de la nación, cargándole el IVA a cuadernos,  libros,  internet, y a los insumos utilizados para el desarrollo del campo. Seguramente ese IVA adicional le convendría monetaria y momentáneamente a las arcas nacionales. Como decía una querida tía mía, “siempre es mejor tener bastantica platica, que poquita”.

Pero ¿quién asumiría las consecuencias de esa medida? ¿Cuánto vale el costo de la ignorancia, de la marginalidad, de un campo deprimido y vulnerado? ¿Cuánto le cuesta a la sociedad un niño menos en la escuela, o un campesino más, desplazado al semáforo de la ciudad?

Uno soñaría con  expertos que usen más la primera que el reverso, y piensen y decidan con los ojos abiertos a la realidad, no solo a la calculadora.

Dirán -y con razón- que un país sin capacidad de inversión y con imposibilidad económica para desarrollar infraestructura, se detiene, no es competitivo, no es seductor para extranjeros ni locales, y corre el riesgo de quedar rezagado. Cierto.

Pero sabemos que mucha platica y poca neurona, tampoco sirve. Mucha platica y poco estímulo al desarrollo intelectual, a la política del conocimiento, a un campo respetado y tratado con dignidad, no ayuda a construir país; a construir sociedad y convivencia, inteligencia física y emocional.

Los vínculos que valen la pena no los crean las chequeras: Los crea la capacidad de pensar, de amar y trabajar; de ser honestamente productivos; de establecer redes de conocimiento, sentido y pertenencia.

Mientras buena parte del mundo intenta tender puentes entre humanidad y buen juicio, y en Colombia el proceso de paz exige la concepción de un campo viable y de una sociedad éticamente sentipensante, clavar con IVA elementos básicos de aprendizaje y desarrollo, es -por decirlo con voz pausada- una triste insensatez.

En cualquier país en paz, castigar campo y escuela es absurdo. Castigarlos en un país que está haciendo esfuerzos descomunales por salir de la guerra, es hacerse el harakiri.

Señores expertos, les suplico que no dejen al alcance de los colombianos, la pequeña tantö: esa daga japonesa que desgarra en quien la empuña, del abdomen al esternón.

Porque encima de todo, la nuestra ni siquiera sería una muerte por honor, sino una anemia mental, una profundización de los abismos,  causadas –de seguro involuntariamente- por   ambición o “ miopía.

ariasgloria@hotmail.com