Cobardía legislativa
Más de 400 muertos y de 2.400 heridos en un año no fueron suficientes para que la plenaria de la Cámara respaldara el proyecto de ley que planteaba sanciones importantes para quienes condujeran vehículos en estado de embriaguez. Multas de cinco millones, cárcel (no casa, sino cárcel-cárcel), y hasta inhabilidad para ser elegidos en cargos públicos, eran parte de las consecuencias que tendrían que afrontar los conductores borrachos si se aprobaba la iniciativa presentada por la abogada Gloria Stella Díaz.
¿Qué diablos tenían en la cabeza los 45 representantes que, luego de seis meses de espasmos y pretextos, hundieron el proyecto? Vaya uno a saber. Posibilidades, se me ocurren muchas; certezas, no tengo. Si fue por defender intereses personales, si no quisieron respaldar algo que podría ser cuchilla para su propio pescuezo, o si Merlano es nuevo mejor amigo, no me atrevo a asegurarlo. Pero el mensaje que le llega a la ciudadanía es nefasto, y la cobardía legislativa debería ser -sino jurídica- moralmente castigada. El proyecto estuvo 22 veces en el orden del día y, finalmente, kaput. ¡No hay derecho!
Ahora, que no nos digan que una ley no puede prosperar porque no hay cárceles suficientes; porque los jueces están recargados; o porque “son millones los que se toman sus traguitos”, lúcido argumento esgrimido por un señor de la U de nombre Jairo Ortega.
Con esa teoría, como son cientos los que abusan de los niños, los que exportan cocaína, los que violan mujeres, los que saquean el patrimonio público, dejémoslos a todos libres y tranquilos, porque algo que tantos hacen tiene permiso de mutar en algo social y legalmente admitido, perdonado y olvidado.
Ahora, si de infraestructura se trata, uno podría filosofar y decir que es mucho mejor construir escuelas que cárceles. Claro. Pero ya en este punto y hora de nuestras vidas y nuestras muertes, ¿no es acaso preferible construir cárceles que morgues?
La Nena Cano -rectora de mi colegio, personaje imborrable que nos hizo rechazar la mediocridad como opción de vida y nos enseñó a ser valientes contra viento y marea- nos decía que cuando alguien adoptaba los argumentos de “como todos lo hacen, yo también”, o “como todos lo hacen, no importa” muy seguramente se convertiría en una persona mediocre, con una grave dificultad para establecer y reconocer límites.
Sospecho que ni Ortega ni los otros 44 llamados honorables, se formaron bajo el eucalipto de la Nena Cano. Y creería que tampoco se han dado una pasadita por Medicina Legal, ni han hablado con las madres destrozadas, con los viudos, o con los jóvenes que están en una silla de ruedas, por obra y desgracia de la inconsciencia de un conductor borracho.
¡Ojo! Seríamos un país muy pobre, en el que el bruto del PIB no se referiría a lo que se refiere, sino a la más triste acepción de la palabra, si nos resignamos a que sean nuestros mismos legisladores quienes lleven a la ciudadanía a cohonestar con prácticas delictivas, por el solo hecho de ser éstas prácticas comunes.