GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 15 de Junio de 2012

Las trincheras de cada día

 

Hay un ejercicio interesante que practico frente a la pantalla del Mac: leer los comentarios que en las páginas del respectivo Periódico.com escriben cientos de lectores desaforados, a los columnistas del día.

Mientras éstos lo exponen todo -con la honestidad y el valor de una firma y un rostro-, aquéllos están escondidos detrás de sus seudónimos; y sin el mínimo asomo de respeto o contención, convierten sus computadores en trincheras desde las que disparan insultos, vulgaridades y condenas, con ira y ligereza ilimitadas.

Todos sabemos que un columnista que no genere polémica, pues realmente no tiene mucha gracia. Uno, como escritor,  sabe a qué se expone, y lo asume como parte del reto y de la responsabilidad. Hasta ahí, perfecto. Pero uno también espera cierto nivel en la reacción…

En general uno podría decir que no hay opiniones equivocadas o acertadas per se,  porque son eso: opiniones. Son el reflejo escrito del pensamiento o la posición de una persona, frente a un hecho, una conducta, un peligro, una situación; por lo tanto, el lector, frente a la opinión, tiene todo el derecho de expresar su acuerdo o su discrepancia, su respaldo, su crítica o censura; pero tiene el deber de hacerlo con respeto; y ojalá también, con inteligencia y alguna dosis de sensatez.

Los insultos ordinarios, violentos y cargados de resentimiento que aparecen con demasiada frecuencia en las franjas reservadas para los lectores, más parecen una carrera de fieras desbocadas, sin riendas ni frenos, con unos jinetes que quieren vengarse de algo o de alguien, en medio de una alucinación incontenible.

La libertad de expresión -de lectores y escritores- es un derecho precioso, para unos y otros. Pero, como en todo juego que se pretenda limpio, deberían hacerse respetar las reglas. Reglas de verdad, no de enunciado.

Claro, dirán algunos. Mejor que el lector a quien le molesta el planteamiento de un columnista, le escriba catorce groserías y tres insultos, y no que le pegue un tiro. De acuerdo; de dos males, uno escoge el menos peor, pero no debería celebrar ninguno. ¿Por qué hemos tenido que llegar a estos extremos de quedar agradecidos cuando nos roban pero no nos matan, o cuando nos insultan pero no nos disparan?

Vuelve y juega lo que hemos planteado tantas veces. No tenemos una guerra única, allá, sembrada en las montañas de Colombia; tenemos muchas, aquí entre nuestras cuatro paredes, vecinas y cotidianas, que  nacen y se reproducen en  la violencia intrafamiliar, en el bullyng escolar, en la descalificación inmisericorde, en la justicia ausente que le deja el campo libre a la venganza… Aprendimos -o creemos haber aprendido- a conmorir con los brotes de miseria anímica, intelectual y emocional, que se imbricaron a nuestra conducta y nuestra conciencia. No sé qué dirán los geógrafos o los politólogos, pero siento que cada centímetro de terreno ganado por la violencia, es un kilómetro de espacio perdido para la paz.

En la Vida.com y en cualquier escenario, bienvenidas la polémica, la contradicción y la confrontación. Pero con altura. Con decencia de espíritu, con limpieza en las manos, y coherencia en las neuronas.

ariasgloria@hotmail.com