PUERTO LIBERTAD
Lo que da pena es la muerte
Por Gloria Arias Nieto
A todo candidato a la Presidencia de la República habría que preguntarle, antes de iniciar el proceso electoral, cuánto mide su espalda. La distancia de hombro a hombro parece ser muy importante a la hora de medir las distancias de hombre a hombre.
A espaldas de Samper desfiló el elefante de la narco-financiación de su campaña; él no supo, no vio no oyó.
Como Castilla, ancha fue su espalda y dramática la puerta que se abrió a la infiltración de la mafia en la política colombiana. Todavía nos duelen los muertos y los efectos de esa cosa horrible que sucedió sin que Samper lo notara.
Palabra más, palabra menos, el Proceso 8000 concluyó que el hombre presidente nunca supo lo que el hombre narcotráfico hizo a sus espaldas.
Esta semana, a raíz de la confesión del general (r.) Mauricio Santoyo en Estados Unidos, el expresidente Uribe se declara ofendido. ¡Oh sorpresa! ¿Santoyo sobornado por las paramilitares? ¡Quién iba a pensar que el encargado de cuidar al hombre más amenazado del país caería en las sucias redes de las autodefensas! Pues sí: el impoluto tuvo muy cerca y por muchos años a un hombre vendido al paramilitarismo. La espalda de Uribe -ancha y ajena- permitió que su jefe de seguridad traicionara su confianza, y se aliara con Mancuso, “Macaco”, la oficina de cobro de Envigado y su espeluznante séquito de criminales.
Uno, por principio, debe creerle a la gente. Pero también existen las dudas razonables, y no tenerlas no sería símbolo de confianza sino de extrema ingenuidad, léase casi idiotez.
¿Será posible que a alguien tan agudo y perspicaz como Uribe le pudiera pasar desapercibida una realidad tan tenebrosa y vecina? No digo ni que sí ni que no, pero que dudo, dudo. Y dudar no es solo un derecho sino -muchas veces- un deber ciudadano.
Uribe nos plantea (también ofendido, porque últimamente ese es su estilo predilecto) que hombres muy cercanos al presidente Santos están negociando en Cuba con la guerrilla. Pues ojalá exista ese diálogo al que tanto le teme Uribe, y ojalá sean los dos intelectuales que muchos mencionan y que tantos admiramos, quienes estén liderando esas conversaciones; ojalá ellos jueguen cartas válidas y nuevas; las suyas, las que escriben y defienden; esas que a muchos les asustan, porque quizá les resulta más rentable la guerra que la paz.
Lo único que me molestaría de esos supuestos diálogos es que no se nos diga la verdad. No tendría sentido que nos contaran con orgullo cuando matan a un cabecilla guerrillero, pero nos ocultaran cuando la palabra y el humanismo intenten actuar en lugar de los Black Hawk.
No me gustan ni los presidentes ni los pueblos espaldones. Así es que si están hablando, que nos cuenten.
Pero bueno, no sería raro que mientras la guerra se hace en nuestras narices, la paz se pactara a nuestras espaldas. Cada cual tiene su estilo, pero ¿a qué persona decente le podría dar pena confesar que está buscando una salida racional e intelectual a un conflicto desgastante y desgastado? No se confundan: Lo que da pena es la muerte, no la vida.