GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 5 de Octubre de 2012

Humanismo, principal orador

 

La eutanasia vuelve a sentarse en los pupitres del Congreso de la República.

Legislar la muerte, o mejor dicho, el respeto por la decisión de morir, implica un ejercicio legal y ético, maduro y generoso.

Parecería justo que el ser humano tuviera la posibilidad de decidir sobre los momentos más trascendentales de su propia vida. Ya que no tenemos la opción de elegir las circunstancias que preceden y rodean nuestro nacimiento, podría ser una buena compensación a nuestra condición de seres libres, que pudiéramos  decidir cuándo -definitiva e irreversiblemente- no nos sentimos capaces de seguir viviendo.

Cuando la vida pierde su primera y principal cualidad, llamada dignidad, es muy difícil -y quizá muy egoísta- exigirle a un enfermo terminal que se resigne -contra su voluntad- a ser un muerto en vida.

Por respeto y justicia, la dignidad no se puede perder.

Dignidad frente a uno mismo y la familia. Dignidad frente al entorno afectivo, intelectual y productivo. Dignidad al mirarse al espejo, y ver reflejada una persona con su espíritu completo.

Uno, como médico, jura defender la vida; trabajar por ella con todas las herramientas disponibles, y ganarle a la muerte cuanta partida se pueda.

Pero más allá de nuestra vocación estructural, vocacional y profesional hay un concepto aún más profundo, que se refiere a la calidad de esa vida que juramos defender.

Si vivir es mucho más que oxigenar los tejidos y tener un corazón latiendo, quizá lo digno y lógico sería que nuestro juramento hipocrático incluyera el concepto de calidad de vida.

Algunos hospitales que han sido punta de lanza en el humanismo médico, y en la calidad y dignidad de los procesos de atención en salud, como la Fundación Santa Fe; y organizaciones como la Fundación pro Derecho a Morir Dignamente, han liderado este tema con enorme seriedad y respeto por el ser humano, sin moralismos extremos, sin dogmas ni juicios que condenen la autonomía.

Cuando la actividad cerebral desaparece y respirar se convierte en un verbo que el cuerpo no es capaz de conjugar sin estar atado a una máquina, quedan pocos elementos que le recuerden a la persona que la vida es una linda aventura, que bien vale la pena desarrollar con intención y pasión casi ilimitadas. Casi.

No se trata, ni mucho menos, de fomentar una cultura de cobardía, de huida ante cualquier obstáculo físico o emocional. Ni más faltaba. La 'pelea' -en el buen sentido- hay que darla; con fervor, ciencia y conciencia en favor de la vida. Pero que no se nos olvide que lo tenemos en la cama del enfermo, no es una patología, sino una persona.

Curar -o al menos aliviar- cuerpos y almas seguirá siendo siempre un arte y un oficio de dimensiones preciosas, exigentes y solidarias, que no puede ignorar conceptos sagrados para la condición humana, como la voluntad y la autonomía.

Lo que resuelva el Congreso le dará un marco jurídico a un tema sensible y complejo en el que nadie tiene la última palabra ni la primera razón.

Bienvenido el debate. Ojalá el  humanismo ético, justo y comprensivo, sea el principal orador.

 

ariasgloria@hotmail.com