Hace pocos días, durante su Audiencia General en el aula Pablo VI, ante centenares de visitantes de todo el mundo, el Papa Francisco vio como un niño llegó corriendo hasta el estrado.
Era un niño argentino, de unos tres o cuatro años, vestido de azul celeste y muy inquieto que, corriendo sin freno, empezó a juguetear con un impávido y estático guardia suizo.
Muy afanada, la madre saltó al estrado en busca del pequeño y cuando pudo tomarlo en brazos, Su Santidad los acogió afectuosamente diciendo algo así como, “Déjalo, déjalo; ¡si quiere jugar aquí, que juegue!”.
Entonces, la madre se retiró profundamente emocionada y el muchacho siguió corriendo a sus anchas, estimulado por los cariñosos aplausos de todos aquellos peregrinos, contagiados por tanta alegría.
“Este niño no puede hablar -dijo el Santo Padre-: es mudo, pero puede comunicarse, puede expresarse. Y tiene una cosa que me hace pensar: es libre; indisciplinadamente libre, pero es libre”.
Mudo, ciertamente, a causa de una forma de autismo; pero en ese silencio, altamente expresivo, felizmente inspirador y libre.
Lejos de sentirse atrapado, irrumpe con genuina alegría en el recinto vedado y despierta el fervor entre los asistentes. No fomenta un conflicto, no recurre a la violencia: solo infunde esperanza.
“Debemos tener la libertad que un niño tiene ante su padre”, agrega el Papa, con lo cual, nos enseña que la libertad no es tan solo un acto individual sino una conciencia colectiva que nadie puede coartar basándose en el pensamiento único.
“¿Soy también así de libre ante Dios?” -vuelve a preguntarse Su Santidad ante los fieles.
Dicho en otros términos, ¿hay en las sociedades de hoy, grupos, proyectos, coordinadoras de odio que traten de constreñir y causar daño mediante la persecución y el escarnio?
“Creo que este muchacho ha predicado para todos nosotros, y pedimos la gracia de que pueda hablar”, sostuvo el Papa con ese anhelo que conmueve, sobre todo, cuando es fácil constatar que en muchos lugares del mundo tiende a imponerse la violencia simbólica, o la aclamación ideológica, y tanta falta hace la genuina voz de la reconciliación.
“Es entonces cuando brota en nosotros un sentimiento de gratitud a Dios”, sentencia el Santo Padre: “Dios, que nos ha amado primero, y se ha dado totalmente sin pedirnos nada a cambio...Ese amor invita a la confianza y a la obediencia, y nos rescata del engaño de las idolatrías, del deseo de... dominar a las personas, buscando seguridades terrenales que en realidad nos vacían y esclavizan”.