Grietas de la luz | El Nuevo Siglo
Lunes, 2 de Septiembre de 2024

Ya no somos nuestros nombres ni sabemos de dónde viene ese temblor de saber que morimos más allá de la muerte”. La voz es la de una abuela que ha perdido la memoria, las palabras son las de Federico Díaz Granados, el nieto. Es el comienzo del penúltimo poema del libro ‘Grietas de la luz’, publicado recientemente por este querido poeta, gestor cultural y bibliotecario, bajo el sello del Fondo de Cultura Económica.

Federico, y escribo solo su nombre, porque se me hace imposible llamarlo de otra manera, hace homenaje a sus dos abuelas y conjura así el dolor de la desmemoria, la pena infinita de olvidar y de ser olvidado. “No me pidas que recuerde. No quiero hacer el esfuerzo de recordar algo que jamás retornará”, dice otro verso. Casi todos los poemas están escritos en primera persona. Además de escuchar la voz salada y caribeña de estas mujeres, uno logra ocupar, por un instante, el desolado lugar que habitan. “La desmemoria ocurre en silencio, en un rincón donde se desvanecen las letras en la boca”, dice una de ellas.

Leo estos poemas y es imposible no sentirme interpelada. Sus palabras resuenan en mí, como la lluvia en el cántaro, y en millones de familias en el mundo que han cruzado este mismo umbral. Entonces, sus versos se acumulan, hacen eco de mi experiencia y reverberan en mi propia existencia. En este libro soy el nieto, el padre, la madre y las abuelas al mismo tiempo.

Vivir al filo del olvido es instalarse en el presente. Tanto el que olvida, como el que es olvidado son despojados del tiempo. Al estar juntos, intentar recordar es tan inútil como tratar de hacer algún plan. “Cada día es un relato nuevo y juego con el tiempo en este pequeño reloj sin manecillas”, dice la abuela en el libro. Para el que olvida, el no-tiempo es una condición que le acompañará hasta el final. Para el que recuerda, ese eterno presente es transitorio, pero dejará una huella dolorosa para siempre.

Este poemario escudriña ahí, en el no-tiempo, sin lugar, de los que olvidan; y en el dolor de los que acompañan impotentes. “El día en que la llevaron al asilo no supo que vería sus cosas por última vez”, dice Federico. Leerlo encierra un dolor, pero a la vez ayuda a espantar los espantos de los que recuerdan. Siquiera existen los poetas, siquiera nos abriga la poesía.

Colarse entre las Grietas de la luz, de Federico, es ponerse en el lugar de otros y de uno mismo; y es apreciar el valor de la memoria y la felicidad infinita de saber, con certeza, que mañana al ver las estrellas vamos a recordar que Marte es un planeta rojo, y que los rostros familiares tienen nombre y apellido y ocupan un lugar en nuestro mundo. Leer este libro es llorar el olvido y, a la vez, es celebrar la alegría de la vida compartida. Léanlo, por favor, vale todas las lágrimas del cántaro.

@tatianaduplat