GUILLERMO LEÓN ESCOBAR | El Nuevo Siglo
Lunes, 18 de Febrero de 2013

Pensamiento y democracia
Estas son dos palabras que fascinan y han de estar presentes en la reflexión personal y comunitaria; más aún a medida que avance el tiempo de la globalización, íntimamente unidas, ya que una y otra se necesitan para tener un excelente desarrollo. En efecto, un desarrollo que no conduce a la democracia es un pensamiento enfermo, deshumanizante. Al mismo tiempo si la democracia no ayuda a incrementar la tarea de pensar se ahogará en sí misma.
Este peligro es evidente. Cualquiera diría que hoy estamos mayormente comunicados que antes ante la evidencia del avance en los medios de comunicación. Bien valdría pensarlo ya que existe en la actualidad mucha información y poca comunicación. Después del pensar de Mac Luhan se llegó a aquello de tener que dividir la “opinión pública” de la “opinión del público” donde aquella reflejaba el resultado de una tarea de adoctrinamiento y de condicionamiento del televidente, del oyente o del lector que termina generando un número restringido de percepciones por lo cual bastaba esa disminuida pluralidad tanto que ha habido sociedades donde se afirmaba que el pluralismo se contaba por el número de emisoras, de diarios y de programadores de televisión. Cincuenta demócratas decía un dirigente de su país, el resto es el rebaño.
Por eso es importante la tarea de los medios que entendieron que debían dar elementos que llevaran a que las personas pudieran pensar su sociedad y a sí mismos para asumir las tareas que les permitan colaborar con la construcción del bien común y el logro de la felicidad personal.
En su cuento El Verdugo Pär Lagerkvist -Premio Nóbel en 1951- afirma que “ya las clases no existen. ¡Su desaparición es la más importante de las conquistas obtenidas. Hoy solo existen los que piensan como nosotros, los que enseñan a pensar como nosotros y los que están aprendiendo a pensar como nosotros”.
Es terrible esta realidad que coloca al ser humano después de dos milenios de cultura en un nivel realmente elemental, muchas veces regresivo por culpa de los logros obtenidos. Vivimos un siglo de siglas, las palabras se reducen; las gentes no tienen urgencia por explicarse ya que para el insulto o la gratuidad del elogio bastan 140 caracteres, se odia el discurso y se quiere que nadie hable más de 10 minutos y que se comente una tesis en no más de tres; por eso no hay lugar para persuadir ni para convencer, eso hace posible que en lugar de jefes tengamos mayordomos que se contentan con repartir pequeñas dádivas o hacer realidad la comparación de “el rico Epulón y el pobre Lázaro” de dejar caer migajas bajo la mesa. Un pueblo sin líderes no es más que un rebaño de corderos decía alguien y es cierto que hay que rescatar la fuerza de la palabra, del discurso y de la discusión porque en la incomunicación o la mala comunicación los que están amenazados son el pensar y la democracia, es decir, lo esencial de su ser y el más significativo de sus logros.
guilloescobar@yahoo.com