GUILLERMO LEÓN ESCOBAR | El Nuevo Siglo
Martes, 19 de Noviembre de 2013

Los partidos bonsai

 

Hubo una época en donde se tomaba como timbre de honor y como parte de la personalidad el afirmar pertenecer a un partido político. La política ha venido perdiendo estatura y hoy se habla de ella en tono menor como “política” sin mayúscula posible. Se sabía a qué se aspiraba, hacia dónde se marchaba y en qué ámbito del Bien Común se proponía trabajar para encontrar caminos ciertos para la alegría y bienestar ciudadanos.

Había también dirigentes de los que valía la pena hablar. Trabajadores, inteligentes, honrados, cercanos. Por lo común salían con la misma plata con la que entraban al oficio de ser presidentes, parlamentarios -podemos añadir a los magistrados de entonces- o más reducida.

Se podía estar de acuerdo o en desacuerdo con ellos. El señor Suárez, López el grande, los Lleras, Santos, Ospina Pérez, Laureano y Álvaro, Misael, Alzate… Eran árboles con raíces, leían, escuchaban, pensaban. Sabían ganar y sabían perder. Había pasiones que moderaban la convicción de que en política hay que saber estar en desacuerdo. Algo pasó después  cuando el narcotráfico y el dinero fácil hicieron su aparición. La política se dañó e infectó a la ciudadanía. Murió la ética y se estableció el “todo vale”, las gentes se dieron cuenta de que nada podían hacer; parecían las gentes estar pidiendo a gritos que no importaba que se robara sino que se fuera tolerante con el “robo de todos”.

Es mejor no dar nombres pero qué bueno sería que las gentes midieran su salario con los sueldos y pensiones  y prebendas de quienes son elegidos con su voto. Que se  mida el tiempo de espera para una atención en salud y que finalmente se defina ese misterioso término de la “meritocracia”.

Uno recuerda el lugar común planteado por el tango  Cambalache : “cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón”.

En fin, los partidos perdieron lo que los definía. Hoy son “bonsai”, es decir,  viven casi sin raíces, en cada oportunidad se las recortan y lógicamente ya no tienen tamaño y la calidad de las hojas que producen es casi nula y a nadie dan cobijo. No son más que asociaciones electorales de intereses excesivamente particulares. A todas vistas se percibe la mala fe de las acusaciones y la paralela mala fe de quien se defiende; son indiscutibles la villanía del pensar y la del lenguaje. Pero no pasa nada y elegiremos a los mismos en sus hijos o parientes a no ser que la lucidez conduzca al voto en blanco pero ni eso daría resultado.

Llegará una generación que se vuelva a presentar con la inquietud de definir de nuevo la democracia, el Bien Común, que se preguntará por las raíces de la política y se asombrará de que hayamos perdido el tiempo tan vergonzosamente. Ojalá todo esto ocurra antes de que llegue la “subversión de la pobreza” y nos pida cuenta por no haber cerrado a tiempo la “brecha” que sin ideología llevará a los miserables a luchar por su supervivencia.

guilloescobar@yahoo.com