GUILLERMO LEÓN ESCOBAR | El Nuevo Siglo
Martes, 7 de Enero de 2014

Mete la espada en la vaina

 

“No hay paz sin desarme y éste debe ser no sólo de espíritu”

 

La lectura de la Escritura conduce a valorar esta orden que da Jesucristo a Pedro, en uno de los momentos definitivos previos a su pasión, cuando éste quiso defenderlo de quienes venían a apresarlo. Siempre  me ha llamado la atención el hecho de un Pedro armado, pero ese tema conduce necesariamente  a otro tipo de reflexión. Lo importante aquí es la certeza del Maestro acerca de la inutilidad de la violencia y no puede entenderse que haya quienes desde la Iglesia cristiano católica -no solo de la ministerial- prediquen la necesidad y la inevitabilidad de la violencia.

Es cierto que si se mira con cuidado en la historia universal el tema de la muerte ocupa un lugar lamentablemente privilegiado. Cada época –tristemente- se ha esforzado en ser reconocida por sus avances en el arte de dar muerte a sus semejantes. Las armas de destrucción masiva, las  convencionales de aniquilamiento de la vida, aquellas químicas que requieren de un reconocimiento tardío de los que las emplean, la miseria y el hambre,  así como los que hoy día pretenden que la cultura defina como  “los más cultos” a aquellos   que hacen del aborto y de la eutanasia un signo de progreso . Nadie  - y sin excepción- tiene derecho a matar porque al hacerlo se está tomando para si un derecho que no le es propio. El mandamiento es claro: “No matarás” y no establece matices. Cuántas de las grandes personalidades han buscado ser inmortalizadas por haber sembrado la muerte. Basta recorrer parques y plazas principales para tener testimonios de esta faceta lamentable de la cultura que comenzó con Caín.

Pero hay que rescatar con decisión la importancia de los constructores de vida, de aquellos pensadores, científicos, apóstoles de la solidaridad, constructores de bien común que defienden no solo la “calidad de la vida”, sino la “cantidad” de la misma.

Ojalá la trasformación de los medios de comunicación llevara a resaltar el aporte de estas personas quienes desde la convicción, el silencio pero con  constancia van construyendo humanidad. Entiéndase que se habla de aquellos convencidos del imperativo del “bien común” que no van buscando hacerse publicidades fáciles y posan a menudo de benefactores del prójimo cuando en verdad los pobres, marginados y excluidos son para ellos plataforma para llevar  el oropel de una vida social que se llena de aplausos pero nada deja en términos de avance social. Qué bueno sería entender cuánto es el  “balance social” de muchas de las organizaciones “no gubernamentales” que pagan más que generosamente a sus directivos por la tarea del “ser para aparecer”.

Pues bien se trata de desarmarse. No hay paz sin desarme (no sólo de los espíritus).  Se trata de regresar -al menos- al principio del monopolio legítimo de la fuerza que debe ser del Estado porque lograda la paz habrá que redefinir presupuestos para consolidarla y, sobretodo, meter en cintura a quienes viviendo de la muerte no aceptarán el consejo de meter la espada en la vaina.

guilloescobar@yahoo.com