La derrota de la democracia
La gran crisis que se vive en el mundo y que principalmente golpea a los países europeos sobreviene fundamentalmente por un reordenamiento de todo lo que quedó luego del clamoroso final de la guerra fría, de la derrota del comunismo, de la espectacular caída del Muro de Berlín y de la disolución de la Unión Soviética. El neoliberalismo contendiente celebró como propio el gran suceso y se aprestó, mediante jugadas maestras, a disponer del mundo a su manera y dentro de la lógica del mercado hasta ahora contenido.
Del comunismo y del marxismo se dijo todo y con razón. No logró responder al valor generador de la igualdad ni menos al de la equidad y dejó vigente el magistral discurso de Rousseau ante la Academia de Dijon titulado “Discurso sobre la Desigualdad de los Hombres”.
Los que profesaban el liberalismo de buena fe hablaron de un nuevo amanecer. Salió de sus bocas el lema “Bienvenidos al Futuro”, que aglutinó en diversos países la juventud. Las gentes escucharon el discurso sobre la igualdad de oportunidades. Se dijo a voz en cuello el “Sí se puede” y se afirmó que el cambio se haría con equidad, que había que cerrar la brecha y mucho más. Y todo esto -como se dice- de buena fe. Pero resultó todo lo contrario.
En efecto el sistema triunfador afianzó el hedonismo, instaló el relativismo, presentó el exitismo como meta y al consumo como finalidad y recompensa. Eliminó los referentes del pasado, decretó el fin de la historia; declaró abolida la culpa y estableció que sólo existe este corto vivir terreno y que las religiones que hablan del más allá olvidan que lo único demostrable es el más acá. Se sustituyó al Dios que ofrecía la gracia, la resurrección y la vida eterna por la transitoria certidumbre del “Carpe Diem” de Horacio que consagra al mercado como Dios y al consumo el altar donde ofician sus más ilustrados pontífices.
Y así se llegó a la paradoja. Cada vez hay más riqueza pero en pocas manos, hay más desempleo, el tema de la carencia de equidad avergüenza, la gente se endeuda y el nuevo dios -el mercado- les amplía a través del crédito el consumo que termina haciéndolos caer en la trampa definitiva donde Mefisto es dueño de criterios, de sentimientos y de almas.
El sistema financiero, los bancos, han despilfarrado y los gobiernos han pagado, los dineros de todos se orientaron a salvar a los banqueros y ahora -cuando los políticos descubren que son insaciables- ya es tarde. Entonces hay que volver a proteger a los financistas y hacia allá fluyen todos los recursos, mientras que quienes pensaron que esta vez sí les había llegado la hora ven cómo se queda en veremos la redistribución de bienes.
Y de improviso ya gobiernan los banqueros para salvar ellos la sinrazón y demostrar que una vez más la democracia reconoce en el mercado y en la riqueza su amo insustituible.