Mauricio Suárez Copete
“Cuando los amigos parten para la eternidad, no mueren”
EN el mundo de hoy lleno de violencias, de desconfianzas, de deslealtades y tantas otras cosas más que definen la cara dura de una sociedad en crisis de valores y de valores igualmente en crisis; en donde el egoísmo es pan de cada día, donde la infidelidad y la deslealtad son monedas de cambio, reconforta saber que se tiene amigos que son pocos pero están ahí en el día a día, nos acompañan en el silencio de la soledad y se hacen presentes no tanto en lo espectacular de las grandes crisis sino en lo ordinario de la vida cotidiana.
Hay, sin embargo, otros que reclaman para sí la denominación de “amigos” cuando algo requieren de nosotros. Es lo común y luego de obtener lo que necesitan se escapan normalmente debiendo dineros y valores que desvergonzadamente exhiben para demostrar su capacidad de engañar a quienes les dieron la mano en momentos de crisis. Para lograrlo son capaces de llorar, de fingir desespero y de acudir a la manida frase de que ellos sí “dan la cara”.
Estos sin duda no son amigos. Por lo general no son pobres sino avivatos pertenecientes a nuestros mismos grupos sociales que no conocen la vergüenza.
Pero un amigo de verdad es un tesoro. Razón tienen quienes afirman que la amistad es el nivel máximo del amor. Ya fue dicho que “nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos”. Por ello cuando los amigos parten para la eternidad, no mueren, porque estamos vinculados a ellos por el recuerdo que es la pequeña eternidad que quienes permanecemos aún les otorgamos. Olvidar es matar y la obligación con los amigos que están en el paraíso es mantenerlos habitando en nuestra memoria. Digo esto porque quiero recordar a nombre de algunos a Mauricio Suárez Copete, quien hizo tránsito a la eternidad en días pasados. Pocos lo saben, en una sociedad que casi siempre se dedica a resaltar lo monstruoso y lo criminal o lo baladí, que este país y la política latinoamericana le deben mucho a quien supo honrada y eficazmente trabajar en silencio, con ese pudor de quien quiere que lo realizado permanezca.
Me gustó mucho ver un par de colombianos significativos honestamente tristes. Mauricio no vivió en vano. Su partida empobrece esta Patria. Trabajó con Andrés Pastrana largos años y fue su amigo; fuimos amigos en grandes y pequeños momentos; recogió herencias de quienes fundaron la Unión de Partidos Latinoamericanos (UPLA) y permaneció siempre el mismo sin dejar crecer falsas vanidades.
Pero ante todo era un amigo, de aquellos que al decir de Cicerón alegran el diario vivir. Me viene hoy a la memoria la poética de Miguel Hernández cuando afirmaba ante la muerte de un amigo suyo aquello de “Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y atesoras compañero del alma tan temprano”. Paz y felicidad eterna.
guilloescobar@yahoo.com