Cuando el ciudadano común escucha hablar sobre los embajadores de su país, sobre la cancillería y las relaciones internacionales, probablemente imagina a personas de alta preparación y excelencia moral, designadas para representar a Colombia en escenarios internacionales. Este pensamiento, aunque general, refleja la confianza depositada en quienes son seleccionados por el Ejecutivo para desempeñar estas delicadas y estratégicas funciones.
Los embajadores no solo son la voz de la nación en el extranjero, sino también la imagen que proyectamos al mundo en todo su contexto; por lo tanto, en este sentido es razonable que la ciudadanía asuma, que quienes ostentan este honor poseen capacidades intelectuales, sociales y morales excepcionales, atributos que les permite consolidar relaciones y defender los intereses nacionales en áreas comerciales, políticas, culturales, mercantiles y deportivas, por enumerar un pequeño abanico de disciplinas y actividades que esta gestión tan importante cubre. Ser embajador es una responsabilidad de gran calado.
Una historia de imagen digna es nuestra enseña, a lo largo de una respetada tradición, la mayoría de los embajadores colombianos han ejercido su rol con lujo de competencia, dejando en alto el nombre de nuestro país, logrando fortalecer la confianza internacional en Colombia y abriendo puertas para el desarrollo en múltiples disciplinas; esto ha brindado al colombiano promedio la tranquilidad de saber que su país está en esencia, cabalmente representado. Sin embargo, no podemos ignorar los recientes acontecimientos que han puesto en entredicho esta positiva percepción internacional.
El caso específico de un embajador que con declaraciones desafortunadas y fuera de lugar, generó una situación que afecta el nombre de la nación, ensombreciendo nuestra figura. Es un desliz que, aunque individual, tiene el potencial de provocar consecuencias nefastas en la diplomacia y demandan un manejo cuidadoso.
El gobierno, debe entender que la imagen del pais esta por encima de toda consideración, prevaleciendo la dignidad diplomática sobre cualquier apreciación y, por lo tanto, urge restañar errores o equivocaciones con audacia, carácter y decisión, tomando medidas ejemplarizantes ante la sociedad internacional.
No obstante este episodio debe servir como lección. Es imperativo garantizar que los procesos selectivos de nuestros representantes diplomáticos sean rigurosos para evitar futuras polémicas que puedan empañar la percepción internacional de Colombia.
No puedo concluir sin expresar mi profundo rechazo ante el asesinato del intendente Luis Carlos Bonilla en Teorama, Norte de Santander. Este heroico miembro de nuestra Policía pagó con su vida el precio de proteger a su comunidad, convirtiéndose en un mártir de nuestra lucha por la paz y la seguridad. La muerte de un policía siempre deja una herida para la institución y para la nación. En honor a su sacrificio, reafirmamos el compromiso de continuar trabajando por un país más seguro y digno, donde cada colombiano pueda vivir en paz.
Como duele la muerte de nuestros policías.