Todos los Estados son artificios y ficciones. Como dijo una vez el historiador Jacob Burckhardt, el Estado moderno nació “como una obra de arte”. Y en el mundo de hoy, son ficciones necesarias -y difícilmente reemplazables- aunque no por eso funcionales. Como es apenas lógico, unos Estados parecen obras maestras, mientras otros no son más que chapuzas; y hay unos tan ficticios que retan los límites de la imaginación.
En esto, el caso de Haití puede ser paradigmático. El Estado haitiano no existe sino como el área coloreada que ocupa en los mapas el tercio más occidental de La Española; como la bandera que ondea, por inercia, en los edificios de las organizaciones internacionales; como el nombre que se invoca con la esperanza de que nombrar algo equivale a su existir.
Tan demoledor como suene, hay que admitir que el Estado haitiano simplemente no existe, y que tampoco existe su gobierno, porque ambos se han venido evaporando desde hace varios años. Esta es una de las dificultades, quizá la principal, que plantea la situación haitiana: para los haitianos, en primer lugar, y para la llamada “comunidad internacional” -otra ficción necesaria, aunque no por ello funcional-, que da la impresión de no saber qué hacer con Haití, y que, negándose a reconocer lo evidente, seguirá dando bandazos y aplicando fórmulas cuyo fracaso puede fácilmente predecirse.
Ya casi será un mes desde que Ariel Henry dimitió como primer ministro (lo hizo desde Puerto Rico, porque no pudo aterrizar en Puerto Príncipe por razones de seguridad). Ese mismo día se anunció la creación de un “Consejo presidencial de transición”, con el auspicio de Caricom -lo que quiera que el “auspicio” de un puñado de Estados antillanos signifique para estos efectos-, que a la fecha no ha dejado ser un anuncio.
Entretanto, las pandillas -que son mucho más que eso- se han hecho con el control del 80 % de la capital e imponen su ley y su orden. Sin primer ministro, sin funcionarios electos con mandato vigente, sin consejo presidencial de transición (¿transición desde dónde y hacia dónde?), la autoridad que se impone es la de las bandas y sus cabecillas.
De su talante dice todo lo que hay que saber el alias del principal de ellos, Jimmy Cherizier, llamado “Barbecue”; de sus alcances, la amenaza de “guerra civil que desembocaría en genocidio”, en caso de que Henry no renunciara, que el mismo Cherizier profirió en su momento.
Desde octubre del año pasado, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas autorizó el establecimiento de una “Misión Multilateral de Apoyo a las Fuerzas de Seguridad de Haití”, que por ahora tiene poco de multilateral, no ha podido ser desplegada, será liderada por Kenia (aunque los primeros obstáculos para ello los puso la propia justicia keniata), no tiene financiación asegurada, y, sobre todo, no tiene contraparte clara a la cual apoyar. Una designación pomposa -muy al estilo de la ONU- para lo que, probablemente, no sea más que materia adicional que acabará siendo devorada por el agujero negro en que Haití se ha convertido, y que habría que empezar a tratar como tal.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales