La Arquidiócesis de Bogotá tiene una fundación de atención al migrante. Dispone de una oficina en el terminal de buses de la ciudad en el Salitre, una casa de alojamiento para unas 25 personas* y un centro de capacitación en Ciudad Kennedy. Al frente de esta obra están unas religiosas brasileñas. La casa de acogida está hoy colmada de ciudadanos venezolanos. La oficina del terminal de buses es un rincón a cuyas puertas pasan la noche estos inmigrantes, la mayoría provenientes de climas cálidos. Y la llegada de más y más personas no se detiene. La escena es repetitiva: se bajan de los buses, miran a los cuatro puntos cardinales, cargan toda clase de bártulos, comienzan a deambular quizás sin saber qué sea lo mejor por hacer en ese momento. Y, tal vez, un instinto de conservación los agrupa y entonces se sientan en el piso de la terminal como perdidos en un gran desierto, el del destierro involuntario.
¿Qué saben hacer estas gentes? Hay profesionales varios, madres de familia, niños de brazos, jóvenes que tratan de no dejar caer su ánimo, aunque no poseen más que ilusiones; obreros, padres de familia que salieron dejando un mensaje de esperanza en sus casas, aunque no saben en qué se fundamentan sus palabras. En el primer paso sobre tierra colombiana, muchos de estos amigos venezolanos han encontrado una nación abierta, amable, sensible a sus peticiones. Les ha llegado alimento, les han facilitado desde el gobierno su situación documental y legal, les han dado trabajo a algunos. Sin embargo, el tema va a ser de largo aliento pues, en mi humilde parecer, al igual que Cuba, Venezuela ha sido capturada por un régimen comunista y así estará por largos años y eso generará siempre emigración hacia el vecindario. Entonces, cabe preguntar a cada colombiano y a cada institución qué cree poder hacer para sumar en beneficio de estos nuevos pobladores de nuestro territorio.
En situaciones como la de la migración masiva es importante situarse en una actitud que sume esfuerzos y no que comience por criticarlo todo, como si fuera un problema fácil de resolver. El Gobierno Nacional está aplicando una fuerte dosis de sentido común en la parte documental de los venezolanos que llegan y les está facilitando una permanencia sin angustias en este campo. La Iglesia, desde la misma ciudad de Cúcuta está operando activamente en el campo de la alimentación y ha servido ya miles de platos de comida a quienes lo solicitan. En Bogotá, la misma Iglesia trata de orientar y alojar a otras personas. Ya hay empresas que han contratado personas de esta gran migración. Viene, entonces una pregunta: ¿Qué puede hacer el ciudadano de a pie por esta gente?
Algunas ideas sueltas. Primero: buen trato y mirada amable a quienes ahora nos miran con esperanza. Segundo: explorar los campos económicos personales para ver si allí hay lugar para que alguien se ocupe. Tercero: orientar en todo sentido a quienes están en tierra desconocida, respecto a lugares de vivienda, centros de salud, autoridades civiles, de policía, centros de culto religioso, medios de transporte, etc. Con toda seguridad y más allá de lo difícil del momento, esta nueva población entre nosotros abrirá una nueva ventana luminosa a la vida colombiana.
*Casa de Atención al Migrante: calle 17 No. 68-75. Tels: 2601659/4202142