Basta mirar con detenimiento el mapa de Europa del Este para tratar de entender lo que pasa en Rusia mientras Israel se defiende de Hamás.
Tal parece que Putin ya ha logrado el 80 por ciento de sus objetivos en Ucrania.
Solo le restaría avanzar sobre Odesa para conectar con su exclave de Transnistria y luego controlar directa o indirectamente a Moldavia.
De hecho, Moldavia es un país frágil e indefenso que, inexplicablemente, no hace parte de la Otan.
Por eso es que, en el fondo, al Kremlin le ha venido muy bien la guerra en Medio Oriente: los recursos económicos, el armamento y la atención mediática se centran ahora en Medio Oriente, dejándole con las manos relativamente libres.
Está claro que la guerra entre Jerusalén y las diversas organizaciones armadas asociadas a Irán es de alta intensidad y será tan exigente como prolongada.
Pero a Rusia, prudentemente al margen, le ha sido conveniente para seguir identificando y sancionando a enemigos internos, hacer ajustes organizacionales, depurar los cuadros burocráticos, mejorar la coordinación interagencial y perfeccionar la interoperabilidad con sus aliados.
Por supuesto, seguirá haciendo uso de unidades militares mercenarias que, guardadas las proporciones, ejecutan y ejecutarán en muy diversos frentes, tareas parecidas a las que Hamás, Hezbolá o la Yihad Islámica ejecutan coordinadas por Irán en aquello que denominan “Frente de la Resistencia”.
Bielorrusia, como principal aliado de Moscú, limita con Polonia, Letonia y Lituania, países que son miembros de la Otan y que, por tanto, constituyen una amenaza.
Así que mientras el ejército estatal ruso se consagra a mantener las posiciones alcanzadas en Ucrania y a llegar a Transnistria-Moldavia, vía Odesa, los nuevos mercenarios de Putin podrían empezar a afectar, de manera “no oficial”, a tales países bálticos.
Fue de ese modo híbrido como Putin empezó a penetrar Crimea en el 2014; y hoy, Crimea está anexada: ya hace parte del imperio ruso.
Por supuesto, Rusia no buscaría repetir el mismo esquema, entre otras razones, porque se supone que, esta vez, la OTAN se lo impediría.
Pero lo que sí podría hacer es crear, con esas tropas, un colchón de seguridad transfronterizo para debilitar al adversario, someterlo a estrés permanente, y alejar esa amenaza que percibe.
En resumen, Putin tendrá que mejorar su seguridad en el vecindario, seguir expandiéndose y, lo más importante de todo, tendrá que repotenciar entre sus propios ciudadanos ese liderazgo carismático y mesiánico que lo ha caracterizado desde hace más de 20 años.
Esa es la lógica de todo expansionismo imperialista y autocrático. Una lógica para la que Occidente debe estar preparado.
Ignorarla solo puede conducir a un nuevo ‘24-F’, es decir, a una sorpresa anunciada como la del 24 de febrero del 2022, cuando el Kremlin decidió avanzar sobre Ucrania, para apoderarse del Donbás.
vicentetorrijos.com