Mientras recorro la Avenida San Martin camino a mi trabajo cartagenero mi mente repite con insistencia el verso “(...) ¿y para qué poetas en tiempos de penuria?”, que formula Hölderlin en la elegía Pan y Vino; y Heidegger me ahorra tener que pensar la respuesta porque ya la dio en el ensayo homónimo: “Largo es el tiempo de penuria de la noche del mundo. (…) En la medianoche de esa noche es donde reina la mayor penuria del tiempo. Entonces, ese tiempo indigente ni siquiera experimenta su propia carencia”.
Nos ahorramos el dolor de pensar porque como advirtió Estanislao Zuleta en El Elogio de la Dificultad, “el pensamiento no es el ejercicio voluntario de una facultad siempre disponible, aunque muy diversamente desarrollada o atrofiada; (…) no es la actividad intencional de un sujeto unificado, sino más bien algo que en cierto modo le ocurre a un sujeto escindido”. No pagan por pensar sino por asentir.
Goethe decía: “para pensar de nada sirve ponerse a pensar”. Y quién va a querer salir de su zona de confort si al fin de cuentas no pensar no es un vacío, sino un placentero “estado de llenura” dijo Platón, o sea, un atiborramiento de opiniones casi siempre prestadas en las que se cree con la fe del carbonero.
Inspirada en Thiago de Mello, artículo IX de Los Estatutos del Hombre, “Queda permitido que el pan de cada día /tenga en el hombre la señal de su sudor. / Pero que, sobre todo, tenga siempre /el caliente sabor de la ternura”, miro el gentío que debe abdicar en su lugar de trabajo no solo al afecto solidario entre miembros de una misma especie, sino a pensar, convertidos como están en meros ganapanes como esos que Don Quijote de La Mancha veía mientras perseguía molinos de viento, iguales a Sancho Panza “un mozo cobarde, un lacayo retórico, un paje consejero”.
El sopor de los 37 grados a la sombra de esta calle vertebral, hermana caribe de mi amada séptima bogotana, me trae a la memoria un párrafo entero de Nietzsche en Humano, demasiado humano: “Por falta de sosiego, nuestra civilización desemboca en una nueva barbarie. En ninguna época se ha cotizado más los activos, es decir, los desasosegados. Cuéntase, por tanto, entre las correcciones necesarias que deben hacérsele al carácter de la humanidad el fortalecimiento en amplia medida del elemento contemplativo".
Alejados como estamos de la vigilancia crítica, andar a mil, aquí en la bahía o allá a 2.600 metros más cerca de las estrellas, nos evita el compromiso de pensar para solazarnos en los reflejos de la realidad, incapaces de transformarla.
Somos más homos laborans que homos sapiens.