Horacio Gómez Aristizábal | El Nuevo Siglo
Sábado, 4 de Junio de 2016

Colombia y su crisis

PARA  unos compatriotas, humorismo es todo lo que nos hace reír; otros le exigen más, y después que les haya hecho reír, les exigen que los haga pensar. Y, ¿cómo es nuestro humor, en los momentos de crisis?. El humor colombiano tiene su función: poner al mal tiempo buena cara; salir del apuro, aliviar una situación tensa y triste. La finalidad es clara, esperanzar la vida en medio de la tormenta; en la oscuridad vislumbrar un horizonte de caridad. Todo esto es reconfortante.

 

A veces en lo político impera la ironía. Tiene un ojo en serio y el otro en guiños, mientras espolea el enjambre de sus avispas de oro. El humor propiamente dicho tiene el tono suave del arco iris. Siempre un poco bondadoso, siempre un poco paternal. Sin acritud, porque comprende. Sin crueldad, porque uno de sus componentes es la ternura. Y si no es tierno, ni es compasivo, no es humor.

 

La pereza. Muchos colombianos siempre mantienen ganas de no hacer nada. No hagas mañana, lo que puedes hacer pasado mañana. Impera la pedagogía del menor esfuerzo. El ideal de todo compatriota de la clase media, el jubilarse tras breves años de trabajo y si es posible, antes de trabajar. Otros, no se deciden a buscar trabajo por miedo a encontrarlo. No hay que olvidar el lunes del zapatero.

 

Ahora pasamos los festivos que caían en domingo, al día lunes. Cuántas veces oímos decir, voy a luchar para conseguir una casita y una rentica y luego descansar. Es decir, se trabaja para no trabajar. Vivimos de 100 oficios. Somos especialistas en todo y expertos en nada. El “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, lo hemos distorsionado con el “ganarás el pan con el sudor del de enfrente”. El anglosajón es energético y práctica aquello de quien no trabaja, no come. Quién trabaja, ora. La verdad es que sólo del trabajo del ciudadano nace la grandeza de un país. Da Vinci repetía: “¡Señor, señor,  tú todo lo das y todo lo concedes, pero al precio del esfuerzo y del sacrificio”.

 

Religión. Nuestro sentido religioso es visual, de imágenes. Practicamos más la religión del temor, que la religión del amor. Sobran misas y golpes de pecho y falta espíritu cristiano. Las damiselas en las casas “aptas para adultos”, cuando tardan los “señores”, encienden lámparas a la Virgen del Carmen, para que lleguen pronto los “clientes”. En una casa de “citas”, al practicarse una visita policiva, exclamaron las hetairas, “aquí semos los que semos”, pero ante todo muy buenas católicas. Son muy corruptores los siguientes aforismos: El que reza y peca empata. ¿Qué es la exigencia? Pecar, hacer penitencia y volver a pecar.

 

Educación. En Colombia como el que sabe, sabe y el que no es profesor. Nuestra educación es verbalista, rica en palabras y pobre en esencias. Se enseña a recordar, no a pensar. Los alumnos no pasan ni en un examen de sangre; lo único que les falta es la materia gris. Las verdades que menos nos gusta conocer, son las que más nos interesa saber. A los pueblos débiles no les agrada decir la verdad, ni tampoco escucharla. El patriotismo no es ditirambo; sino crítica constructiva. Se descubren los errores para que no se repitan, se señalan los vicios para corregirlos y las llagas para curarlas. Y volviendo a aquello de que no se nos enseña a pensar, recordemos un bello y breve diálogo: ¿ Y para qué enciendes la linterna en el camino oscuro, si eres ciego?. Es para que no me pisen los que ven.