HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL | El Nuevo Siglo
Lunes, 27 de Agosto de 2012

Alberto Abello en la Academia

 

La historia es ciencia y arte. Se requiere de la magia de las palabras para cautivar a la gente. Al interlocutor o al lector hay que ponerlo contra la pared para que se sugestione, asimile y se interese por el relato. Y eso es lo que hace Alberto Abello en la T.V., en cadenas radiales y en los ambientes académicos. Nos vive recordando que el hoy es hijo del ayer, “y padre del mañana”. Somos, querámoslo o no, una condensación de historia. Desde que el hombre llegó al mundo empezó a hacer historia.

El trabajo leído por Alberto Abello para asumir la dignidad de socio destacado de la Academia Colombiana de Historia, presidida por el internacionalista Enrique Gaviria Liévano, resultó memorable. Documentó con fuerza la vida apasionante de Felipe II, uno de los mandatarios más famosos del universo-mundo. En su reino no se ocultaba el sol. Además, contribuyó a propagar el cristianismo, en un momento en que el Islam aparecía como una fortaleza asombrosa. Con motivo de este hecho, me refiero al ingreso de Alberto Abello a la Academia, ha sido objeto de varios agasajos. El catedrático y excelente orador Alfonso Cuevas, en el Club Metropolitano, hizo una reunión congratulatoria a la que concurrieron exministros, magistrados, rectores universitarios y reconocidos intelectuales.

Alguien decía con sarcasmo que ni Dios tiene el poder de un historiador, pues Dios no puede cambiar la historia y el historiador sí. Esto es una exageración. Los hechos son inmodificables, pero la interpretación es libre.

Es acertado el criterio humanista con que Alberto Abello relata la historia. Siempre busca una interpretación humana y no económica o fantástica de lo ocurrido en el pasado. Todo debe estar al servicio del hombre, Rey de la Creación. El Estado es un medio para la satisfacción de éllas y no un fin en sí mismo. Toda organización política -siempre- adquiere sentido en la medida en que es un instrumento del bienestar humano y debe aproximarse cada vez más a la realidad del hombre concreto, en sus particulares dimensiones tempora-espaciales.

El humanismo ha ampliado su fuerza en los últimos tiempos. Orienta su esfuerzo a compenetrarse con el ser humano. En la historia tres elementos son fundamentales; el tiempo, el espacio y el hombre. No todos los historiadores son humanistas. Algunos son simples buscadores de documentos, otros se dejan dominar por lo fantástico y abundan también los mitómanos, los charlatanes y los que sin escrúpulo se dedican a darle color político a lo que exponen y comentan.

El gran historiador es un verdadero juez. Actúa con neutralidad, profesionalismo, responsabilidad y sentido moral. A esta escuela pertenece Alberto Abello. Sólo la historia le da sentido de pertenencia a los pueblos, orgullo y seguridad nacionalista. ¿Qué sería de Grecia, Roma o Francia, sin su pasado histórico? Un pueblo sin historia es como un árbol sin raíces.