HORACIO SERPA | El Nuevo Siglo
Miércoles, 13 de Junio de 2012

Camilo Durán y la muerte

 

Con Rosita nos encontrábamos en Washington cuando supimos el fallecimiento de Camilo Durán. Nos lo informaron nuestros hijos al minuto de conocerse la noticia. Nos sorprendimos y me impresionó mucho.

Nunca fui cercano de Camilo. Lo conocí en persona hace algunos años por razones de su trabajo cuando yo estaba en campaña política. Solo el saludo cordial. En un par de ocasiones participó con otros periodistas preguntándome en alguna entrevista de televisión. Pero me volví su amigo escuchándole a diario los comentarios en el programa matinal de Darío Arizmendi por Caracol. Es lo que suele ocurrir con periodistas, artistas y personajes de permanente exposición en los medios, que de tanto verlos, escucharlos y leerlos parecen como de la familia. Para no cambiar de frecuencia en el dial, confirmo que me siento allegado de Darío, Diana, Gustavo, Erika, César y Néstor. Por supuesto, ellos no tienen ni idea.

Siempre me pareció Camilo un hombre serio, responsable, muy profesional. Sus comentarios eran parcos, precisos, muy informativos, fáciles de entender no obstante que casi siempre eran sobre temas especializados, económicos, bursátiles, fiscales, empresariales, internacionales.

El impacto de su deceso fue grande. El día anterior leí un trino suyo en twitter el que se refirió a la muerte. Además era un hombre  relativamente joven, su voz expresaba vigor y lo había escuchado la mañana del viernes. Quién iba a imaginar su ausencia.  Definitivamente, “para morirse no se necesita sino estar vivo”.

Los allegados de Camilo deben estar consternados. Leí el escrito de Gustavo Gómez en El Tiempo. Así como lo describe, lo imaginaba. Una verdadera lástima. Mi solidaridad más expresiva y el mayor respeto para su memoria.

Poco pensamos en la muerte como acontecimiento personal. Tal vez porque vivimos rodeados de tragedias, masacres, atentados, asesinatos, bombardeos, enfrentamientos violentos con muertos soldados, policías, guerrilleros, paramilitares, narcotraficantes y miles de inocentes. Ya no nos conmovemos cuando la muerte les llega a otros. Pero debiéramos reflexionar acerca de que a cada uno visitará esa señora que dibujan de calavera, con vestido negro, guadaña en mano. No sabemos cuándo, pero llegará.

Toca prepararse. Sin angustia, sin drama, como cosa natural. Lo es, tanto como que la muerte forma parte de la vida. Así de fácil, así de cierto, así de duro. No se conoce a nadie inmortal. Y muchas veces llega sin avisar, sin pedir audiencia, sin dar tiempo para nada.

Los mayores a veces pensamos en ello. Yo lo hago. A Rosita y a nuestros muchachos no les gusta que les toque el tema. El otro día se lo puse a un amigo para compartir al respecto y me preguntó si estaba enfermo. Cambié de comentario.

Nadie quiere morirse. En mi caso, menos ahora que soy tan feliz. Pero para comprender la vida a fondo, aprovecharla bien y caminar “con los pies en la tierra”, debemos asumir que somos mortales. Ojalá se demore la doña, pero vendrá así le cerremos la puerta. Recomiendo estar listos para recibirla con tranquilidad.