“Nada de cambiarse de andén al ver venir al menesteroso”
El Papa ha querido que hoy, domingo 19 de noviembre, sea el día de los pobres, o dicho más claramente, un día para pensar en concreto en ellos y ver de qué manera se les puede ayudar a aliviar sus penurias y necesidades. Invita el Santo Padre a hacer un gesto concreto en favor de una o más personas en condición de pobreza. Invitarlos a almorzar, ofrecerles un baño de agua caliente, darles un vestido nuevo, pueden ser gestos para este día y que seguramente harán sonreír a quien vive con el ceño fruncido por sus irremediables carencias. Pero este día también puede ser la ocasión para que cada cristiano piense si puede hacer algo más amplio por aquel a quien la pobreza ha esclavizado, limitado y quizás aplastado.
Recuerdo que hace muchos años, cuando en Bogotá circulaban los niños de la calle, a quienes se les decía “gamines”, dos de ellos golpearon a la puerta de nuestra casa para pedir que les cocinaran dos huevos que alguien les había regalado. Me impresionó que mi padre los hizo seguir a la casa, no solo para que les cocinaran los huevos, sino para que les dieran almuerzo completo. Salieron rozagantes y mus satisfechos. Seguramente esos niños vieron ese día la vida de otra manera. Era una sociedad menos prevenida contra el pobre, contra el indigente, contra el menesteroso. La famosa “caridad cristiana” tan criticada y tan burlada injustamente, era la que inspiraba a hacer esos gestos concretos, sin esperar que ninguna fundación ni el gobierno nacional, ni la ONU se pusieran a hacer las tareas que debería hacer todo buen ciudadano.
A veces hay cierto cansancio respecto a los aportes que se piden para ayudar y en parte hay razón porque se han multiplicado las solicitudes. Pero es muy esperanzador que tanta gente esté pensando en ayudar a los pobres y de las formas más variadas que uno se puede imaginar. Esto hay que elogiarlo siempre y favorecerlo en la medida de las posibilidades. Pero también es muy importante provocar a cada persona en particular para que el pobre haga parte de sus ocupaciones habituales, en el sentido de ver de qué manera se le puede tender la mano para que algún día salga de aquella pobreza que golpea duramente la condición humana. Me gusta proponer que cada persona con medios más que suficientes, ponga ante sí la situación de alguien muy necesitado y lo acompañe con su solidaridad por un buen tiempo y lo ayude a situar su vida en mejores condiciones en todo sentido.
Hagamos sugerencias: al mendigo de la esquina, pregúntele sobre su vida, comenzando por su nombre y ausculte sus aspiraciones, pues de pronto también las tiene. A la familia venida a menos, le caería muy bien una ayuda para la educación de sus hijos. A algún anciano mal pensionado o sin pensión, quizás unos pesos fijos mensuales lo puedan hacer vivir su última etapa de la vida sin tantas angustias. Pero también es posible ayudar con el tiempo, la sabiduría, la compañía, el consejo, la oración. En fin, para un creyente, un pobre es un signo que Dios nos pone al frente para que nos movamos y con prontitud. Nada de cambiarse de andén al ver venir al menesteroso.