HUGO QUINTERO BERNATE | El Nuevo Siglo
Martes, 16 de Julio de 2013

Condiciocracia

 

La democracia es, a todas luces, el sistema de gobierno menos malo de cuantos se ha inventado la humanidad. Desde la Grecia antigua cuando empezó a perfilarse, hasta su desarrollo actual en la mayoría de Occidente, siempre se ha nominado como el gobierno de la mayoría, definida ésta en elecciones libres y universales.

No obstante, esa definición más o menos clásica, tal parece que el problema de las mayorías no es simplemente matemático. Históricamente se ha demostrado no solo que debe ganar el que más votos ponga, sino que debe procurar ideas que sean, digamos, políticamente correctas y conformes con los principios democráticos de cada Estado.

Son viejos y comunes los casos de elecciones ganadas limpiamente por organizaciones políticas cuyos triunfos electorales terminan siendo problemáticos por la clase de políticas que pretenden implantar.

En Latinoamérica el caso más emblemático, pero no el único, de un triunfo electoral amplio y rotundo, desconocido posteriormente por  fuerzas de poder que no podían aceptar que en plena “guerra fría” se instalara un gobierno socialista en el patio trasero de EE.UU., es el de Salvador Allende.

Pero ahora, superada esa etapa, el gran problema para las democracias ya no es el comunismo, sino el radicalismo islámico. En 1991, por ejemplo, en Argelia las elecciones para Presidente las ganó el Frente Islámico de Salvación “FIS” e inmediatamente el ejército dio un golpe de estado, dijo, para restablecer la “corrección democrática”.

En Egipto acaba de repetirse la historia con el depuesto presidente Mohamed Morsi que llegó al poder con los votos mayoritarios de los “hermanos musulmanes”, una organización islamista que pretende convertir los Estados en califatos teocráticos con aislamiento de mujeres e “infieles”.

En Turquía, en Gaza, en Siria, en todo el mundo árabe, las organizaciones musulmanas radicales están en capacidad de ganar elecciones. En medio de situaciones económicas extremas, partidos como Hezbolá han logrado conquistar un gran número de adeptos que les permitiría ganar el poder sin mayor problema.

La gran paradoja es que ese tipo de partidos, como ocurrió con el de Morsi en Egipto, acceden al poder electoralmente con el firme propósito de acabar con la democracia. Prensa libre, poderes divididos y autónomos y garantías ciudadanas son los primeros objetivos de sus reformas.

Ahora que Colombia se apresta a ver a las Farc participando en política es bueno preguntarse si su ideología es o no compatible con la democracia, así sea con una tan precaria como la que tenemos.

Esa organización subversiva siempre se ha autodefinido como marxista, leninista, enemiga de la propiedad privada y de las “elecciones burguesas”. Y sus prácticas conocidas son más cercanas al totalitarismo estalinista que a cualquier principio democrático.

Supone uno que en La Habana, aparte de zonas de reserva campesina, penas alternativas y otras cuestiones que mantienen en secreto, debería, no negociarse, sino advertirse a los subversivos que la sociedad a la que pretenden reintegrarse está organizada bajo principios democráticos, mejorables pero inderogables.

Es bueno aclarárselo a quienes toda la vida han propugnado por una “dictadura” que así sea del “proletariado”, no deja de ser dictadura.   

@Quinternatte