HUGO QUINTERO BERNATE | El Nuevo Siglo
Martes, 13 de Agosto de 2013

También fuimos…

 

Dentro de los muchos mitos que han nutrido la nacionalidad colombiana, uno de los más comunes es el de que aquí se habla el mejor castellano del mundo. Es probable que así haya sido, en los siglos pasados, pero dudo mucho que en los últimos años, tal afirmación pueda sostenerse.

La calidad del lenguaje, por lo menos el de las autoridades públicas, ha sufrido un acelerado deterioro. Si a algo se han aplicado con seriedad y denuedo las más altas esferas del país durante los últimos 10 años ha sido precisamente a combinar de tal manera todas las formas de lucha entre sí, que el idioma no se usa como forma de comunicación sino como instrumento de ataque.

Durante 8 años tuvimos un Presidente de la República que no solo amenazaba con “darle en la cara, marica” a, uno, que como buen amigo suyo, se identificaba con un alias, en ese caso “La Mechuda”, sino que se volvió experto en perseguir para desacreditar a quienes consideraba sus opositores.

El lenguaje no solo se degradó por parte de ese Presidente en su calidad literaria o en la corrección de su construcción, sino que se utilizó con la manifiesta intención de ofender, desprestigiar o zaherir al destinatario. Peor aún, se utilizó para desaparecer la realidad y construir una imagen paralela y falsa, sostenida solo en el simple cambio de palabras.

Cualquiera que cumpliera con su deber de manera independiente y autónoma era inmediatamente declarado objetivo verbal. Así le pasó a la Corte Suprema de Justicia a cuyos magistrados se les acusó de “prestarse para la trampa del poder del terrorismo agónico” o a Yidis Medina, por haber denunciado el cohecho del que se le hizo partícipe y víctima al tiempo y a muchos periodistas y políticos de oposición a quienes se les llamó desde “guerrilleros de civil” hasta “terroristas”.

El “ideólogo” oficial desapareció el “conflicto” con el fácil expediente de simplemente negarlo y a los desplazados, con el insensible y ofensivo recurso de volverlos “migrantes internos”.

Y como el mal ejemplo cunde, aunque en este cuatrienio la institución presidencial recuperó la decencia, ahora son otros funcionarios los que han decidido no solo pelear en público, sino hacerlo con maneras verbales poco dignas de su estatura intelectual y moral.

Que el debate por el matrimonio igualitario se haya reducido a las alusiones grotescas que Procurador y Fiscal hicieron a la vaselina y a las espaldas de uno y otro, muestran lo bajo que ha resbalado el lenguaje y la desaparición absoluta de eso que los abuelos llamaban elegantia iuris.  

Los debates públicos son tan necesarios, como consustanciales a la existencia de la democracia, pero es de desear que se traben con  lenguaje depurado y elegante, sin que pierdan la claridad o la radicalidad de los argumentos.

El país ya tiene suficientes problemas como para que sus dirigentes le agreguen ahora el de la altisonancia verbal. Tal como ha demostrado la historia, toda violencia física empieza con la verbal y por eso no hay nada más útil para la convivencia pacífica que desarmar la lengua.     

@Quinternatte