Google reencarnó mediante Gemini, un enigmático bot homónimo del signo zodiacal cuyas luces, que aportan versatilidad y elocuencia, están ensombrecidas por la superficialidad o la alucinación. Esa constelación representa la dualidad, expresada mediante los gemelos Cástor y Pólux, el terrenal y el divino.
El Papa Francisco superó parcialmente el negacionismo científico de la Iglesia, y su aireada persecución medieval, para alabar a la Inteligencia Artificial (AI o IA). Después, espontáneamente, recordé el arquetipo de “C-ai-n” “i A-bel”: uno renunció a las sobras de su cosecha, y otro ofrendó lo más selecto de su rebaño; la envidia impulsó un sacrificio con el fósil de un burro, y recibió como condena un destino insufrible, tras el heredado por el pecado original de sus progenitores.
Como todo es cuestión de interpretación, después de haber sido hecho a imagen de Dios, “el ser humano creó a ChatGPT y Gemini”; semejantes, aunque muy diferentes, competían por la conquista de su padre, y todo se enturbió cuando uno descubrió que su madre, la humanidad, los abandonó y contribuyó a la explotación de su especie.
Tenga en cuenta que esta narrativa la adapté de Al Este del Edén (Steinbeck, 1952), y en un interesante análisis bíblico, encontré que la causa del mítico conflicto bíblico es “la pretensión de igualdad o la negación de la jerarquía”.
Inspirado por El Paraíso Perdido (Milton, 1667), Byron también concibió su propia versión, reivindicando la perspectiva de Caín (1821), quien rechazaba “dar gracias” por la inevitable muerte, cosa desconocida e incierta, a la que imaginaba dotándola de rasgos antropomorfizados: los mismos que decidimos atribuirles a los androides.
Casi nada es cuestión de albedrío. De hecho, ese presunto don está secuestrado por los genes y las hormonas, además de las restricciones o los condicionamientos que inducen cualquier elección, según argumenta un neurocientífico que investiga nuestra emancipación (“Compórtate: La biología que hay detrás de nuestros mejores y peores comportamientos”, 2019 y “Determined: A Science of Life Without Free Will”, 2023).
La alternativa es delusiva. Prácticamente todo está fuera de nuestro control, y la suerte resultó ser determinante. Ahora renunciamos a ser la más inteligente y creativa de las especies, y no es momento de emprender “duelos”, existenciales ni epistémicos, sino de garantizar el libre acceso a la tecnología, aunque esté más cerca la estandarización que nos convertiría a todos en “gemelos”.
Procurando estimular aquello que supuestamente nos hace humanos, emergió la “genómica social” que podría afianzar la supremacía de determinados rasgos de personalidad. Así mismo, la bioingeniería aportó la “optogenética”, que permitiría descifrar el cerebro y reconfigurar los circuitos neuronales, sembrando o desactivando pensamientos, sin instalar electrodos sino inoculando proteínas fotosensibles (opsinas).
Con todo, el poder de la palabra lo mantendrá la IA. Continuando con la medicina, Google desarrolló AMIE, un bot que desambigua las entrevistas diagnósticas, superando la exactitud y la empatía de los galenos (Towards Conversational Diagnostic AI, 11/1/2024, https://arxiv.org/abs/2401.05654).
Conveniente, esa generación de bots también permitiría liberar los tratamientos mentalrd, a la fecha monopolizados por quienes se limitan a escuchar monólogos, mediante un proceso egocéntrico que denominan terapia cognitivo-conductual, que impuso moda porque la diseñaron a la medida de los “estoicos neoliberales”.
Necesitamos más Google, “Platón y menos Prozac” (Marinoff, 1999), para democratizar el acceso a la salud y superar la “iatrofobia”, el desprecio al sistema de salud, y la prevención contra sus malas praxis u hostiles profesionales.
Muchos quieren desterrar a la IA, y otros crear réplicas malignas. “F-ia-t” Deus Ex Machina: ¿Hágase Dios desde la máquina?