Hemos creído en el cambio, ese que es posible cuando existe voluntad política y los recursos alcanzan porque no se los roban.
Ese cambio a cargo de quien democráticamente se esmera por alcanzar el desarrollo y el progreso en todos los ámbitos, a través de procesos de inclusión social, respetuoso de las instituciones y de la protección del ambiente.
Ese cambio que pareciera una utopía en Colombia, donde por muchos años hemos padecido lo contrario.
Es una ilusión a la cual tenemos derecho, especialmente quienes nos envejecimos trabajando por un mejor país, y una justa aspiración de las nuevas generaciones.
Sin embargo, ese sueño no va a derrumbarse porque, de buenas a primeras, aflora la deslealtad de quienes, pudiendo contribuir a lograrlo, se vienen en contra vía.
Nicolás, Juan Fernando y todos los que hacen eco de sus desafortunadas actuaciones en provecho propio y de paso desprestigiar al gobierno nacional.
Nicolás y Juan Fernando Petro, interesados en provocar con su imprudencia, mala conducta y su afán de protagonismo mediático una fallida “implosión” del gobierno al que las mayorías electorales le depositaron su confianza y que continuarán siendo firmes hasta el final.
Elpais.com.co, el pasado 7 de abril, con el título “Riesgos Presidenciales”, se refirió al riesgo enorme que conlleva ocupar una cualquiera de las altísimas dignidades (monarcas, presidentes, primer ministro).
Indicó que “los dispositivos diseñados para ofrecerle tranquilidad a estas personalidades se sofistican cada día más, permitido que ellos puedan desarrollar, en apariencia, una actividad normal, desprovista de temores…”
Consideración que lamentablemente no aplica para nuestro presidente, porque a pesar de existir una amplísima gama de riesgos, muchos de ellos conjurados oportunamente e íntimamente ligados a su oficio, en ningún caso se esperaba que pudieran provenir de su propia familia; aun cuando uno y otro, Nicolás y Juan Fernando durante la campaña ya habían dado muestras de inclinaciones no muy santas, hasta que vieron el momento de traicionar la confianza del Presidente de Colombia, elegido con orgullo por más de 11 millones de compatriotas. Tuvo la votación más alta de la historia y se convirtió en el primer representante de la izquierda en alcanzar esta dignidad.
Bien se ha dicho que la parte más débil de un mandatario es su familia y sus amigos.
Ahí está el quid del asunto.
Cuando se trata de una decepción familiar, una parte de nosotros se derrumba; de ahí la famosa frase de William Shakespeare: “Hay puñales en las sonrisas de las personas y, cuanto más cercanos son, más sangrientos resultan”.
Pero, en este caso el compromiso supera la aflicción, porque aunque la gravedad de querer hacer de la mano de la oposición -que no desaprovecha oportunidad o cuando no existe se la inventa- es preocupante, lo que está en juego es un proyecto de gran alcance en el que se concentra la esperanza de una población vulnerable y olvidada que, de no lograrlo, podría con su reclamo recrudecer la violencia.
*Exgobernador del Tolima