La tuberculosis, la sífilis y otras enfermedades procedentes de infecciones y parásitos intestinales -entran por los pies descalzos en pisos de tierra- asedian a los pobres que viven en tugurios, por la inmundicia de la vivienda, la mediocre alimentación y la carencia de recursos para tratarse médicamente cuando enferman. Estas dolencias se transmiten por herencia de padres a hijos y son causa de numerosos procesos degenerativos. Es por esto que los niños -anotan los pediatras- con enorme frecuencia tienen síntomas psicopáticos y suelen ser débiles mentales.
En los tugurios es donde se instalan los peores elementos sociales. Los radicados en los barrios misérrimos, no pueden evitar la promiscuidad con los antisociales y malhechores que por las mismas condiciones azarosas en que viven, se refugian en los sectores depauperados. Las prostitutas de más bajo nivel social, pululan en estos centros. También los mendigos, los vagos, los ladrones, y tahúres con el propósito de confundirse y ocultarse entre los menesterosos. Dadas estas circunstancias, lo que se ve, lo que se oye, lo que se presencia son hechos, palabras y ejemplos que siempre incitarán al crimen y el delito. Los niños que están dotados de una inmensa curiosidad, de un tremendo espíritu de imitación y de una gran sugestibilidad, verán grabadas en sus mentes, de una manera indeleble todas estas impresiones y a falta de otros motivos de inspiración, se acomodarán a ellos y los convertirán en normas de vida.
Dice el doctor José Francisco Socarrás: “En un ambiente, la frustración es el común denominador de todos los fenómenos vitales. Frustración en el cariño materno y paterno; frustración en el alimento; frustración en el techo; frustración en el amor, frustración en las relaciones sociales y aún en las relaciones con la naturaleza. Y el garrote paterno presidiendo todo aquello como un símbolo de la violencia. Naturalmente en el fondo de cada ser humano sometido a este patrón cultural, anidará una predisposición permanente a la agresividad”.
Millares y millares de niños colombianos huyeron por montañas y selvas, unas veces huyendo a las guerrillas y otras siguiéndolas. Esto durante años. En su infancia no conocieron otra cosa que las feroces torturas impuestas a sus hermanas y a sus ancianos padres. Se familiarizaron con toda clase de crímenes atroces. Mutilaciones, amputaciones, empalamientos, desmembraciones, estupros, quemaduras, incendios, frenesí de pirómanos, alfilerazos en los testículos de los parientes amarrados, extracción de los ojos, dinamita en la boca y demás actos salvajes relatados en este estudio.
Pobres pequeñas fieras, crecidas en semejante ambiente de terror. Hoy son casi adultos, famosos ya por las crueldades y crímenes cometidos. Con cuánta verdad exclamaba Sighele: “Todo delito de un menor es el fruto del delito que otro cometió antes contra él”. Los antisociales más peligrosos que hoy operan en Colombia, son hijos de su ambiente y muchos de ellos sobrevivientes de escenas y genocidios espantables. El Mosco, antes de ser acribillado a bala por uno de sus propios guardaespaldas, había declarado que sus padres y hermanas fueron víctimas inermes de temibles criminales.