Todo indica que Pedro Castillo será el próximo presidente de Perú. Difícilmente bloquearán su camino a la Casa de Pizarro los esfuerzos y maromas de Keiko Fujimori y su partido para impugnar las elecciones del pasado domingo. La excandidata tiene, por otro lado, preocupaciones más acuciantes, como la solicitud de detención preventiva que recientemente libró contra ella el fiscal anticorrupción que lleva su caso.
Otra cosa es que Castillo disponga de gobernabilidad suficiente para poder gobernar -dos cosas distintas pero una sola sustancia verdadera- y hacerlo eficazmente. De entrada, su posición frente al Legislativo parece más bien precaria (su partido tiene tan sólo el 28 % de las curules). Las fuerzas de oposición, que no son sólo las del fujimorismo, le darán poca tregua. La difícil situación sanitaria y económica que, como en otros países de la región, ensombrece el horizonte de amplios sectores de la población, es terreno abonado para la agitación social, que algunos querrán aprovechar en su propio beneficio. Por si fuera poco, cabe albergar justificadas dudas sobre su competencia y su comprensión, siquiera elemental, de cuestiones cruciales que tendrá que abordar y orientar al frente del Gobierno. La pregunta no es ya si Castillo ganó o no, sino cuánto tiempo pasará antes de que esté tambaleándose en la cuerda floja de la que han caído varios de sus predecesores; y hasta dónde estará dispuesto a llegar para sobrevivir, y si, embarcado en esa tarea, logrará hacerlo (y a costa de qué).
Todo esto ya debería, cuando menos, llamar la atención de Colombia, que sabe muy bien lo que puede pasar cuando un vecino se desliza por el abismo de la disfunción; y que tiene exacerbadas, además, sus propias cuitas internas. Pero no es lo único que debería causar inquietud en Bogotá. Aunque nada se sabe hasta que algo se sabe -y en política exterior, casi siempre se sabe demasiado tarde-, hay por lo menos tres asuntos que la diplomacia colombiana debería seguir con sumo cuidado, y anticipar estratégicamente, en relación con el nuevo gobierno peruano.
¿Qué piensa exactamente Castillo, más allá de cualquier caricatura y fácil comparación, sobre el régimen de Maduro en Venezuela? ¿Podría sobrevivir sin Lima el Grupo de Lima que, en el mejor de los casos, parece estar por ahora hibernando? ¿Cuál es la alternativa multilateral a la apuesta privilegiada que ha hecho Colombia por el Grupo de Lima?
¿Qué pasará con la Alianza del Pacífico mientras gobierna en Perú un presidente cuyo programa electoral -una antología de disparates en esa y otras materias- postula la “revisión, regulación o anulación (sic)” de los tratados de libre comercio, y expresamente, de esa área de integración económica?
¿Y qué impacto tendrá en el flujo migratorio de venezolanos -y, por consiguiente, para Colombia- la xenofobia que Castillo atizó durante la campaña, anunciando incluso que expulsaría “a los ciudadanos que han venido de otros países a faltar el respeto (sic)”, y pidiendo a Maduro “que venga y se lleve a sus compatriotas”? +++
* Analista y profesor de Relaciones Internacionales