La altanería de la Minga de negarse a hablar con el Presidente Duque en recinto cerrado es una muestra más de la intransigencia que rodea el debate político colombiano. Lo mismo pasó frente a la victoria del No en el plebiscito de octubre del 2016. Cuando se vislumbraba una solución, De la Calle y Márquez corrieron a prefirmar el nuevo Acuerdo Final. Fue una notificación de la intangibilidad de sus decisiones. Es más, el expresidente Uribe Vélez, con el propósito de buscar el consenso, pidió hablar con la Farc. Ese diálogo le fue negado sonoramente. Los egoísmos y ambiciones se impusieron sobre los intereses del país.
Quedó también sin respuesta el mensaje de M.L. Ramirez en el que le pedía al presidente Santos 24 horas más, pues, afirmaba, estamos a pocos pasos del acuerdo. ¡Si llegamos a un consenso con los del No, el que hace la paz es Uribe! Era una expresión que se repetía entre los angustiados por la derrota plebiscitaria. Cuando el pueblo les dio la espalda cambiaron al pueblo rebelde por un Congreso sumiso, como en el drama de Bertolt Brecht. Y, en desarrollo de la intangibilidad del AF, le ordenaron al Congreso: ¡voten, pero no opinen! ¡Ejemplar ejercicio de una autoridad democrática!
Es que desde los comienzos se quiso hacer una paz partidista, como lo ha demostrado Juan Gabriel Uribe en sus lúcidos editoriales de El Nuevo Siglo. Eso explica el porqué, a pesar de tener la bancada conservadora de su lado, el presidente Santos no encontró un solo conservador digno de formar parte de los negociadores oficiales. No se hizo con ese criterio, me respondieron tanto el señor Presidente como el ministro Mauricio Cárdenas. ¡Para creerles! Se les había olvidado que Belisario Betancur, un hijo de arrieros, venció al expresidente López Michelsen en las elecciones presidenciales de 1984, cuando a la propuesta de una Paz Liberal del candidato favorito de la oligarquía bogotana, Belisario le respondió: “No, la patria necesita una paz nacional”.
Ese grito victorioso de entonces es hoy un mandato que podría refrescar la política y sacarla de la crispación estéril a donde nos han conducido los “dueños de la paz”. Hay que superar el espiritu dogmático presente frente a las objeciones del Presidente de la Republica a la Ley estatutaria de la JEP. Cuando se necesitaba una deliberación inteligente que condujera al concierto sobre las fallas del proceso habanero y la complejidad de su implementación, lo que se vio fue a un descompuesto y contradictorio Vargas Lleras abrazado con Gaviria e Iragorri a la hora de una manzanilla imbebible por falta de mermelada. ¡Razones de Estado, por supuesto!
Del ambiente negativo de la politica actual hay que rescatar el editorial de El Tiempo del 7 de abril pasado: “Invitación a un Acuerdo”. Fue una invocación democrática al deber ser de la política. Un llamado al debate idóneo, a la controversia gallarda. Su análisis de las objeciones tiene el valor de la objetivad y la sencillez del razonamiento júridico. Se escribió con la vieja pluma de los periodistas ejemplares que han dirigido El Tiempo. Se sabía que sería ignorado. Pero seguirá gravitando con gran fuerza en el acontecer nacional. A Roberto Pombo le tributamos nuestro reconocimiento.