Hay palabras inútiles de tanto manoseo que han padecido pero no voy a hablar de amor o patria, sino de transparencia, lema a punto de ser reinventado por este gobierno y entonces vuelvo a sacar del arsenal de palabras deslucidas la fe y la esperanza.
Yo quiero creer. Creer por ejemplo en que uno de los grandes “bloques temáticos” de los que se ocupará Marta Lucía Ramírez, el de transparencia y lucha contra la corrupción, será mucho más que saturación informativa más garrote.
El garrote es necesario, ni más faltaba. Me gusta mucho el mensaje de Duque a los delincuentes: “el que la hace la paga”. Pero me temo que aparte de que no habrá cárcel para tanta gente, quedarán por fuera quienes más tergiversan la honradez, aquellos que hacen malabares éticos sin abandonar la legalidad, porque no quieren entender que no todo lo que se puede hacer, se debe hacer y entonces pienso en Carrasquilla.
Pero, la transparencia, qué es en esta sociedad del Gran Hermano, me pregunto mientras una cámara de seguridad me mira a través de mi terraza. Transparencia no es este vivir como en una pecera, dizque a salvo unos de otros, ni el exceso de impudor de las redes sociales ni decirlo casi todo como en la urna de cristal de Santos, un artilugio a sabiendas de que no todo podía ser dicho, porque en política hay arcanos.
Se apela a la transparencia cuando ya se ha perdido la confianza. Y esta, no se recupera con garrote. Ninguna virtud, de hecho. Al buen deseo de Duque y Marta Lucía le falta mucho de Mockus, es decir, una buena dosis de zanahorias, o sea, de pedagogía, de amorcito, de sentido.
Aprendimos a cruzar por las cebras porque Mockus, sin librarnos a los zigzagueantes paseantes de esta séptima vertebral del comparendo pedagógico y del pago de multas, reinventó el sentido de la vida- “es sagrada”- y nos ayudó a comprender que valía la pena regresar sanos a casa.
La transparencia fracasa porque no es dialógica; es una mera exposición de datos, no de intenciones. Y para ser real, la transparencia debería ser simétrica, pero no lo es si el gobierno no está preparado para el diálogo social franco, no para la puesta en escena de “Construyendo País”, versión duquista de los consejos comunitarios de Uribe, que ayuda claro, pero que no lo es todo, mientras el ciudadano no sea visto por el poder en pleno como la razón de ser de su función.
La lucha contra la corrupción está llamada al fracaso si no le incluyen un componente educativo que le apunte al cambio cultural de las nuevas generaciones, porque los treintones, cuarentones, cincuentones, a fuerza de golpes ya somos blanditos morales. Podrán meter presos a los facinerosos emergentes, a los ladrones, a los hampones, a los desfalcadores de la cosa pública, pero solo educando a los niños y jóvenes, los pillines y pilluelos de “buena procedencia” dejarán de ser mirados como héroes nacionales, como el epítome de la creatividad y la recursividad.
Que ser pobre pero honrado vuelva a ser importante como lo fue para el presidente Marco Fidel Suárez en un país donde el mérito moral no sirve de nada y una vida recta solo alcanza para tener una muerte solitaria.