Benjamín Netanyahu es en definitiva el hombre fuerte de Israel y con una experiencia como la de ningún otro político en este país se convirtió de nuevo en primer ministro. Como todos los personajes políticos de su talante, tanto históricos como modernos y contemporáneos, acarrea consigo grandes forcejeos y desacuerdos con otros políticos, facciones, grupos de interés, gremios y hasta seguidores.
La reforma judicial que su coalición ha propuesto para, como su nombre lo dice, reformar las figuras jurídicas y legales, como también legislativas, ha puesto casi que en jaque a su gobierno. Sus opositores hablan -o más bien gritan- en las calles y por doquier, inclusive de una forma tan agresiva que está consiguiendo tener más voz que el gobierno históricamente con mayorías de la derecha en la historia del moderno Israel, que va a cumplir 75 años como Estado. Hay un nivel de polarización sin precedentes.
Los opositores y detractores de Netanyahu se han lanzado a las calles, principalmente de Tel Aviv, que hace de “ciudad liberal”, contraria a la capital Jerusalén, que es no solo el centro político del Gobierno y del Estado, sino que también es el nicho del gobierno actual, que ganó democráticamente en coalición legal, con el apoyo de los sectores más religiosos de la vida judía israelí. Políticos como Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich, dan o dieron bastante que hablar. Sin embargo, no hay un gobierno radical porque si bien Netanyahu es de derecha también es un político bastante sensato, así la prensa en su mayoría y toda la oposición lo quieran negar.
Israel además es la única democracia en el Cercano Oriente u Oriente Medio. Con sus apenas pueriles 75 años es un ejemplo no solo para la zona, sino en todo el mundo occidental. Es un aliado innegable de los Estados Unidos y la Unión Europea, entre otros. Asimismo, en el momento histórico en el cual nos encontramos, el gobierno y el Estado de Israel, en especial, tienen un protagonismo creciente que se expande gracias a sus buenas políticas pero, sobre todo, a la gran producción en materia científica, tecnológica, y económica. Israel demostró al mundo, prácticamente solo y aislado, que podía existir y sobrevivir. Ante la constante amenaza del mundo árabe y parte de la comunidad internacional, en ciertos casos, Israel se ha mantenido, y desde su declaración de Estado declarado, como una democracia sólida, respetable y funcional.
Los opositores, casi que subversivos, tildan al gobierno de “antidemocrático”. Y hay que admitir que las manifestaciones, los paros y demás protestas civiles están afectando la real democracia.
La reforma judicial que propone el gobierno no es nueva. En Israel se lleva discutiendo este tema hace años, y es que el poder judicial tiene un peso que está inclusive por encima del Legislativo. Y, además, tiene un claro tinte de izquierda. Dicha tendencia no es rara ya que en un principio casi que toda la ideología y la política israelí estaba basada en el modelo socialista. La razón: los primeros migrantes llegaron de Rusia y de lo que conformó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El modelo de los Kibutz es el más grande ejemplo, pero no el único, pues casi todas las instituciones tenían una fuerte y evidente herencia de los hasta entonces no vestigios de esa ideología, que ha ido desapareciendo por su ineficacia y su mediocridad.
Israel tiene aún en su modelo estatal y judicial, presencia de aquella ideología. Y, no es el único Estado-Nación con esta tendencia histórica, pues, por ejemplo, hay rasgos de la misma en Francia y Alemania. Pero el sistema judicial israelí es el único que tiene tanto poder -considerado por muchos arbitrario e inconstitucional- que se presta para la injusticia y contubernio.
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