JAIME ALBERTO ARRUBLA PAUCAR | El Nuevo Siglo
Jueves, 10 de Abril de 2014

Barbarie con ácido

En   pleno auge una modalidad delictiva  que ocasiona grave daño a la víctima y un gran escozor a la sociedad, casi mil casos en los últimos 10 años. Arrojar ácido a la persona objeto del rencor y del odio con el propósito de desfigurarla, deformarla y que tenga que arrastrar esa situación denigrante y humillante por el resto de su vida. El propósito no es matarla, no utilizaría el agresor tan controvertida arma; lo que se quiere es precisamente, dejarla viva, pero muerta en vida, destruida en su figura, de tal manera, que sienta día a día y por el resto de su existencia el peso de su deformidad. Crueldad excesiva.

Solo a un bárbaro se le ocurre semejante procedimiento frente a una persona que conoce, con quien tuvo afecto a veces: ¿que lo llevará a proceder tan vilmente? A veces por desengaño amoroso, por rechazo afectivo o por celos. ¡Qué bajo desciende a veces la condición humana, qué poco respeto por los demás y por la libertad que deben tener todos los seres humanos!

Pero sucede que esta modalidad delictiva no tiene una existencia propia en Colombia, se arropa dentro de los delitos de lesiones personales y se agrava por la deformidad con una pena máxima de quince años de prisión, que luego es objeto de rebajas, por las dos terceras partes cumplidas y todo lo demás. Así lo reglamentó recientemente la Ley 1639 de 2013. No se consideró necesario crear un tipo penal especial según decisión de la Comisión Asesora para el Diseño de la Política Criminal del Estado. Estimamos que este criterio hay que revaluarlo. El auge que está tomando esta modalidad delictiva, el gran impacto social que ocasiona, el grave daño a la víctima, amerita que tenga tratamiento autónomo y con castigo ejemplarizante. Es cierto que la amenaza de pena no contribuye eficazmente al control de la delincuencia, sino la certeza en su aplicación; pero unas penas mínimas y desproporcionadas con el daño ocasionado; ver a los delincuentes de esta modalidad tenebrosa recuperando la libertad rápidamente, poco favor le hacen a la sana convivencia y al equilibrio y la paz social.

Deformar a una persona intencionalmente, destruir su rostro, condenarla  a semejante estado que le alterará su vida en relación con los demás seres humanos, su autoestima, debe superar el tratamiento de unas simples lesiones personales; es tan grave como darle muerte, es enterrarla viva. Qué horror que una sociedad brinde espacio a personas que tienen semejante ánimo de hacer mal u otro ser humano. Si el secuestro se considera un delito execrable con razón, este sí que  merece el calificativo.

El  Estado debe responder, con civilización, pero  enérgicamente para sancionar a este tipo de delincuentes. Sabemos que hay discusión académica, crisis en la política penitenciaria con un sistema impactado negativamente por treinta y siete reformas que a partir del año 2000 aumentan penas, pero  la discusión hay que darla. Resulta más absurdo, buscando una pena mayor, tratar de encuadrar la conducta en tentativa de homicidio, cuando es precisamente lo que no busca el delincuente, lo que desea es ver sufrir a su víctima y para ello la deja con vida.