JAVIER A. BARRERA | El Nuevo Siglo
Sábado, 23 de Junio de 2012

Régimen sinvergüenza

 

En ocasiones pienso que la clase política colombiana debería ser entendida como un cartel de bandoleros que, en lugar de legislar, se dedican a ordeñar las arcas del Estado colombiano en pro de sus intereses personales. Sin embargo, los carteles del crimen son dinámicos y usualmente siguen la lógica donde el poder, al menos, cambia de intereses.

No es así con los políticos colombianos, amos y señores de las decisiones de electores  que votan sólo cuando el dirigente les abre la puerta del corral para que vayan a las urnas. Políticos que desde las cárceles, o desde el exilio, siguen manejando la realidad nacional bajo testaferros presenciales.

Por el contrario, la palabra régimen nos habla de una forma de reglamentación y, para el caso colombiano, es una forma de reglamentación sinvergüenza. La forma en que nuestra clase política ha convertido las leyes en medio para construir beneficios personales es la muestra de que en Colombia la democracia es, en realidad, la máscara bajo la que se disfraza la autarquía.

Hoy nos sorprendemos por el cinismo con el que nuestro Congreso legisla a favor de sus intereses, a expensas de saber que su decisión dejaría sin suelo el proceso para castigar las fechorías  de sus compinches que están actualmente en medio de un proceso judicial. Sin embargo, lo que no hemos advertido es que esa forma de obrar es en realidad una norma establecida.

A los de hoy no les importó la historia de su institución, la cual se ha caracterizado por su herencia de corrupción, de delincuencia y de favorecimientos personales. Nada de eso se tuvo en cuenta a la hora de legislar para convertirse a sí mismos en una clase diferente a la civil y con exclusiones jurídicas relevantes.

La decencia es algo que nuestros dirigentes no aprendieron en sus hogares maternos, y es probable que la palabra no exista en su vocabulario ni en los diccionarios de sus casas.

Lo más sorprendente de todo es que la conclusión de la historia reciente, la de esa reforma a la justicia que favorece la injusticia, se puede caer por “vicios de trámite” y no por lo descabellado de su naturaleza. Que se caiga está bien, es necesario, es el último estertor de dignidad que puede emitir el gobierno.

El orden moral en Colombia está tan invertido que si alguien quisiera convertirse en anarquista, tendría que empezar por comprometerse a cumplir las normas y a seguir la ley.

Tumbar la reforma  por su trámite y no por su contenido es tan absurdo como multar un borracho por hacer un giro prohibido y no por manejar borracho.

@barrerajavier