JAVIER BARRERA | El Nuevo Siglo
Sábado, 6 de Octubre de 2012

La Colombia de siempre

 

Me pasa con frecuencia que leo noticias y de forma automática mi cerebro se inventa paralelos entre lo que veo y las diferentes realidades que vive una persona del común. Me imagino cuál sería el equivalente de cada acontecimiento en mi vida familiar o en mi vida laboral, o en la vida de algún conocido o desconocido.

Me pasó con el caso de nuestro Vicepresidente y su negación a aceptar exámenes médicos, así como con el Presidente y su intención de hacer 100% público su estado de salud. Me imaginé sufriendo un desafortunado accidente y después de las preocupaciones obvias llegó a mi cabeza el costo económico que tendría eso para el lugar en el que trabajo.

No voy a analizar el que Colombia tenga hoy, cuando escribo, un Presidente en recuperación y un Vicepresidente que atraviesa por un momento físico y personal muy delicado ¿Merece respeto? Sí, lo merece todo ¿Es su vida privada? Sí y no. Cuando se trata de temas que afectan a una colectividad los límites de la privacidad deben revaluarse.

Sin embargo no pienso ahondar en un tema tan absurdo como la imposibilidad de contar con un plan B ante una emergencia nacional y, por el contrario, mi opinión de hoy es producto de uno de esos paralelos entre realidad nacional y realidad personal.

Pienso que los medios, los políticos y la sociedad en general está enfocando su atención en una consecuencia menor, producto de un problema mayor: en Colombia no hay una separación real entre Estado, sociedad e instituciones, y de ahí que nuestra república tenga chispazos bananeros y ciudadanos parroquiales.

Lea esto y piense en una oficina cualquiera: hay unas jerarquías determinadas, unas labores específicas y todo está organizado para lograr un objetivo. Sin embargo, más allá de la ideología, una empresa es una asociación de labores y virtudes humanas, tal y como lo han sido todas las agrupaciones sociales desde las tribus hasta las virtuales.

Si pensamos el gobierno bajo la misma lógica de una empresa, y si entendemos que los resultados de las labores de esa empresa tienen consecuencias inmediatas en nuestra calidad de vida, en nuestra realidad, la analogía nos puede resaltar un punto muy relevante (entre muchos otros).

Colombia es un país en el que no se respetan los límites institucionales. Se imagina usted, por ejemplo, influyendo en las decisiones de un departamento de recursos humanos, financiero, administrativo y en la gerencia general. Todo al mismo tiempo.

Estoy seguro de que muchos están de acuerdo en que ese panorama no sólo es poco frecuente, sino que es un sinónimo de caos empresarial.

Lo mismo está pasando en Colombia hoy: se enferma la junta directiva de la empresa y, al parecer, todos tienen derecho de opinar pero nadie tiene voluntad de respetar y organizar, por frívolo que parezca.

@barrerajavier