José Félix Lafaurie Rivera* | El Nuevo Siglo
Lunes, 3 de Agosto de 2015

BIONAUTA

 “La leche nuestra de cada día…

Danos   de hoy”, claman millones de niños pobres que deberían recibir siquiera un vaso diario, como parte del Programa de Alimentación Escolar -PAE-, uno de los instrumentos para garantizar la permanencia de los más pobres en el sistema educativo, algo que adquiere relevancia si, de  verdad, queremos ser el país más educado del continente. 

Nadie discute la importancia de la leche en la alimentación infantil, ni la relación entre adecuada nutrición y aprendizaje. Por eso es paradójico que en un país con capacidad para satisfacer esa demanda, y donde los ganaderos esperan que se les compre toda su leche a precio justo, mientras la industria acopia menos del 50% de los más de 6.000 millones de litros producidos, no haya sido posible que el vaso de leche diario sea obligatorio en los programas de alimentación escolar.

Y resulta aberrante que existan la leche y los recursos para comprarla, pero estos se desvíen por el caño de la corrupción, en departamentos donde la pobreza y la desnutrición infantil son vergonzosas, mientras el país busca la paz río abajo y no en sus orígenes de inequidad y abandono rural, y el Gobierno forcejea por vestirse de frac para entrar al “club de los ricos” en la OCDE. 

La revista Semana ha denunciado estos atropellos. En Chocó, la Fundación para la Gestión y el Desarrollo Social Colombiano, Fungescol, es la encargada por la Gobernación de implementar el PAE en 29 poblaciones, pero los alimentos del programa no llegan a las escuelas. En medio de condiciones indignas de aseo y salubridad, al restaurante escolar de un resguardo indígena de Ungía, cada dos semanas llega un kilo de carne y una libra de pollo para alimentar a doce niños, situación que se repite en otros poblados sin interventoría alguna al contrato de 5.000 millones de pesos para atender esas poblaciones.

La historia de Leda Guerrero es indignante. Una humilde secretaria que se granjea el favor de los políticos locales y los conocidos barones electorales de la región, que le entregan, literalmente, el baloto de las raciones escolares en Córdoba, Bolívar y Sucre, lo cual les permite a ellos financiar sus campañas y a doña Leda volverse millonaria rápidamente.

En Córdoba el negocio es del Consorcio Córdoba Saludable, a través de un contrato de 23.000 millones de pesos, pero que, como su nombre no lo indica, lo que hace es robarles todos los días la salud a los niños cordobeses, pues solo gasta 70 pesos de los 971 que recibe por cada desayuno, y lo propio hace con los 1.320 por cada almuerzo, asignaciones ya bastante bajas para que aguanten el zarpazo de estas hienas que se alimentan de la pobreza. 

Y si llueve en la periferia, en las grandes ciudades no escampa. La corrupción de la Bogotá Humana es también indignante. Por ello se impone el debate sobre la tercerización de los subsidios a los más necesitados, a través de multimillonarios contratos que alcanzan para enriquecer a contratistas criminales y financiar políticos corruptos. Lamentablemente, el ICBF no es ajeno a tan dolosas prácticas y las entidades de control parecen ausentes.

Producen dolor de patria semejantes vagabunderías, pero hoy quiero insistir en mi planteamiento inicial. El Gobierno tiene en sus manos la solución a dos problemas. Que los niños pobres reciban “su leche de cada día” es un gran paso frente al reto de democratizar la educación, y que se garantice el acopio de toda la producción lechera con precios justos al ganadero, es una solución a la crisis que amenaza a miles de pequeños productores.

@jflafaurie

*Presidente Ejecutivo de Fedegan