Juan Álvaro Castellanos | El Nuevo Siglo
Jueves, 5 de Febrero de 2015

Odisea agraria

 

Colombia,  formada por dos países, uno urbano, otro rural, tiene a los pequeños y medianos empresarios agrícolas, “encamellados”, por la falta de mano de obra, para sembrar y recoger cosechas, algunas de ellas esperadas para mitad de año. Jóvenes y en general gente en edad laboral, han abandonado zonas que son valiosa reserva agrícola. Unas son regiones mal desarrolladas, y en otras las condiciones de vida difieren en relación con capitales de departamento, ciudades intermedias y no pocas poblaciones en  crecimiento. Propietarios, con tradición y conocimiento del agro, viven penalidades que los urbanos olvidan o desconocen, convencidos de que Colombia entró en la onda tecnológica y  dejan de soslayo al campo.

La educación en áreas campesinas es mala. Pasan meses y no llegan profesores a las escuelas. Pocos son los que se le miden a trabajar en lejanos corregimientos y veredas. Las aulas escolares son deplorables, sumadas a precarias condiciones de residencia para el magisterio con sueldo bajo. Sin educación en apartados sitios, no se siembra sentido de pertenencia, valoración de lo que significaría aprender lo básico del conocimiento y desarrollar con amor al trabajo, el extenso campo de cultivos, para hacer la verdadera plataforma de agroindustria nacional.

Tampoco puede creerse que  algunas regiones apartadas ya progresaron porque tienen Internet y fibra óptica.  ¿Y herramientas con tecnología de hoy, financiación y manejo gerencial, qué? Los jóvenes no desprecian el agro, pero ven poco futuro, aparte de la presión delincuencial de guerrilla, bracrim y narcotráfico.    

No hay quien trabaje en el agro de Huila, Tolima, Cundinamarca, parte de Santander y Cesar, entre otros, según inquietudes de asociaciones regionales sin eco nacional. Son muchos los que no pertenecen a la Sociedad Colombiana de Agricultores. Hombres y mujeres, la mayoría adolescentes, apuran su salida de la vida rural donde han residido con sus familias. Empresarios y los pocos trabajadores que quedan, residen en municipios cercanos a zonas de cultivo. Su vida transcurre con la vecindad de cantinas y galleras. Se integran a cultivos, cuando comienzan las cosechas.

Siembra, adecuación de terrenos y  ganadería, van a paso lento. Funcionan con mano de obra que trabaja por días. No hay salarios con salud, pensiones y riesgo laboral. Los propietarios no son solventes para contratar trabajo permanente. Otra es la situación en regiones donde funcionan empresas azucareras, bananeras, lecheras y vinícolas, entre otras, pertenecientes a grupos empresariales.

El país no necesita más estudios con pedigrí académico. Se requiere es reforma social y laboral, para pequeños y medianos agricultores que padecen su odisea, con poco billete y sin mano de obra.

juanalcas@yahoo.com