JUAN ÁLVARO CASTELLANOS | El Nuevo Siglo
Jueves, 7 de Junio de 2012

El cacicazgo

 

Pensar que la corrupción puede erradicarse en las diferentes escalas de Estado, Gobierno y sector privado es vana ilusión o sueño, propicio para escribir la vida de lo que sería un país de ángeles.

Otra cosa es que las prácticas corruptas crecen como olas en todas las aguas colombianas. Conviven con la sociedad y esconden su rostro cuando voces honestas advierten que ronda la corrupción, o que se ha cometido un delito de esa característica en entidad pública.

Se denuncia y se pide justicia cuando la corrupción deja una marca grande en los presupuestos de la Nación, o alza con dineros de cuantía apreciable, destinados a proyectos de magnitud.

De lo contrario, muchos hechos se silencian o trascienden sólo en círculos cerrados, por el miedo que meten quienes actúan como punta de lanza del delito más grande en el país.

Es válido darle vuelo a versiones que predominan alrededor de empresas municipales, servicios públicos y obras de infraestructura, con cercanía a poseedores de capitales y dominio social.

El conocido asalto al manejo del Hospital Meissen de Bogotá permitió airear otros, como el desvío de anticipos y manejo de recursos fiscales en localidades del Distrito Capital por un poco más de 5 mil millones de pesos.

En lo regional, un Secretario de Salud se vio obligado a decirle a una empresa de alta tecnología que no puede aceptar un proyecto para articular un programa computarizado con la hoja clínica de los pacientes, en el hospital departamental porque quienes deciden con quién contratar son concejales de su municipio.

Otro no puede convocar contratación pública para recolección de basuras porque la exigencia de caciques es hacerlo con recomendados por concejales y diputados de la región.

Así se ha extendido la cadena de contrataciones amañadas; sale hace muchas décadas desde varios círculos enquistados en Gobierno, Congreso de la República, medios empresariales y especialistas en corrupción, con motor prendido en la economía.

En el sector privado se materializa, disfrazada como habilidad estratégica en negocios. El nombre de los caciques se utiliza como logotipo para acreditar la importancia de una transacción.

Por algo ahora la banca de inversión escucha propuestas con lupa en mano para cuidar su prestigio.

Oportuno prevenir que el cacicazgo no extienda sus garras en la contratación de obras para el transporte masivo de Barranquilla, Bucaramanga, Cúcuta y Santa Marta, según planes del Gobierno Nacional, con participación pública y privada de cada ciudad.

En Colombia, cuando ocurre la corrupción lo último que se revela son los nombres de los caciques. De manera oficial se investiga si lo denunciado es trascendente y mediático.