Juan Camilo Restrepo | El Nuevo Siglo
Domingo, 28 de Diciembre de 2014

Bergoglio en sus palabras.

 

Me he adentrado en estos días por la pampa profunda argentina, acompañado de un librito del que quisiera compartir con los lectores de esta columna algunas enseñanzas profundas que allí he encontrado. Se trata de una extensa entrevista titulada: “El Jesuita, la historia de Francisco el Papa argentino” que  le hicieron en 2010 al entonces  arzobispo primado los periodistas Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti, y que tiene el gran mérito de quien, sin ser aún Papa, descubre con espontaneidad la personalidad fascinante del que poco tiempo después pasaría a serlo.
Trabajó -compartiendo con el tiempo de sus estudios- desde los trece años. “En última instancia, el trabajo unge de dignidad a una persona. La unción de dignidad no la otorga ni el abolengo, ni la formación familiar, ni la educación. La dignidad como tal solo viene por el trabajo. Comemos lo que ganamos, mantenemos a nuestra familia con lo que ganamos. No interesa si es mucho o poco. Si es más, mejor. Podemos tener una fortuna, pero si no trabajamos, la dignidad se viene abajo".
Aboga por la unión para encontrar la identidad nacional sin descalificar al otro. “Me parece importante distinguir entre nación, país y patria. El país es el ámbito geográfico, con una ubicación geopolítica; la nación es la organización nacional con su historia y sus leyes, y la patria es un patrimonio -de allí viene la palabra-, es lo más valioso que se tiene, lo que se recibió de los que estuvieron antes. Todo lo que ellos hicieron por la patria, la nación y el país constituye un legado que debo transmitir a los demás, pero acrecentado".
Se defiende documentada y contundentemente de las acusaciones de mala leche que algunos le hicieron de haber colaborado con la dictadura militar argentina. Por el contrario: cita evidencia de acciones concretas y valientes que como arzobispo de Buenos Aires y como provincial de la Compañía de Jesús en Argentina hizo en favor de los derechos humanos durante aquella oscura época. Pero no se empecina en revivir el pasado. “Hace poco estuve en una sinagoga participando de una ceremonia. Recé mucho y, mientras lo hacía, escuché una frase de los textos sapienciales que no recordaba: ‘Señor, que en la burla sepa mantener el silencio’. La frase me dio mucha paz y mucha alegría”.
“Les tengo pánico a los intelectuales sin talento y a los eticistas sin bondad. La ética es una floración de la bondad humana.Está enraizada en la capacidad de ser bueno que tiene la persona o la sociedad. De lo contrario, se convierte en un eticismo, en una ética aparente y, en definitiva, en la gran hipocresía de la doble vida. La persona que se disfraza de ética, en el fondo, no tiene bondad".
Y algo que viene a propósito para el proceso de paz en Colombia: “Tengo que estar dispuesto a otorgar el perdón, y sólo se hace efectivo cuando el destinatario lo puede recibir. Y lo puede recibir, cuando está arrepentido y quiere reparar lo que hizo. De lo contrario, el perdonado queda -dicho en términos futbolísticos- off-side. Una cosa es dar el perdón y otra es tener la capacidad de recibirlo".
Y el libro termina con un elogio de Bergoglio a lo que significa el poema de Marín Fierro en la interpretación de  argentinidad, recogiendo uno de los versos inmortales de Hernández: “procuren si son cantores /el cantar con sentimiento / no tiemplen el instrumento por solo el gusto de hablar/ y acostúmbrese a cantar en cosas de fundamento".
Y por último: una pregunta que le hacen los periodistas al hoy Papa:
- “¿Cuál fue su primer viaje al exterior?”.
- “A Colombia en 1970".