JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 18 de Noviembre de 2013

El sexo débil

 

Hace  cerca  de dos meses se divulgaron profusamente en todo el mundo los resultados de una investigación colectiva llevada a cabo por el Hospital Infantil de la Universidad de Pennsylvania cuya conclusión principal fue que los hombres somos 1.44 veces más propensos a morir que las mujeres.

Según el informe, publicado en la revista Pediatrics (septiembre 2013), esta debilidad podría ser resultado de la misma constitución biológica de cada uno de los sexos. El director de la investigación, el profesor Chris Feudtner, dice en las conclusiones que la mayor mortalidad masculina se repite transversalmente en muchas enfermedades y en todas las edades.

Y si esto fuera poco, otro informe de la Universidad de Tel Aviv prueba, corroborando estudios previos, que los varones corren mayores riesgos en el útero.

Las enfermeras saben que un parto difícil es la señal que indica la llegada al mundo de un hombre. El hecho, escuchado una y otra vez a las abuelas, ha sido comprobado en numerosas investigaciones que confirman la propensión a la ruptura de placenta y parto prematuro cuando se trata de un feto masculino. Y esta vulnerabilidad física se revela a lo largo de la vida.

La mujer es así fisiológicamente más sólida. Pero la diferencia fundamental y superioridad anatómica favorece al hombre de donde nace la vulnerabilidad sexual. Vista de esta manera por los ojos contemporáneos puesto que la disparidad fue absorbida desde los albores de la civilización humana como natural e ineluctable entre los sexos. Ni siquiera el advenimiento del cristianismo alivió un hecho dado social que produjo y sigue produciendo las violaciones más aberrantes de derechos humanos.

La escritora francesa Simone de Beauvoir dio el gran grito de protesta en 1949 con la publicación de El Segundo Sexo que se erigió en la plataforma intelectual de los feminismos. Pero, como se ha escrito, este libro que ha iluminado (para mí oscurecido) las interpretaciones múltiples de la relación entre mujer y hombre fue el que  dejó establecidos unos cánones rígidos acerca de las relaciones psicológicas y eróticas entre hombre y mujer. Así, el hombre es siempre quien, dominador, tienta y la mujer es siempre quien, subyugada, se deja tentar. De esta forma, las diferencias fisiológicas y físicas fueron confundidas y hechas una sola entidad -y un solo problema- con las psicológicas y eróticas.

No es políticamente correcto decirlo pero me atrevo a hacerlo: el sexo débil psicológica y eróticamente es el masculino. El fuerte es el femenino. La mujer tiene por lo general una inferioridad anatómica que facilita el sometimiento pero goza de superioridad biofísica demostrada por decenas de estudios. La mujer es, según varios otros, entre ellos los muy  importantes hechos por Alfred Kinsey, el agente sexual activo en el acto de conquista así en el plano anatómico no lo sea.

Las relaciones eróticas entre hombre y mujer, mujer y mujer y hombre y hombre apenas van despuntando para la ciencia. Es en verdad poco lo que se conoce de manera estructurada pues a la falta de conocimiento formal se añaden las nubes espesas del tabú que rodean el tema más complejo en las relaciones humanas.

De nada sirve simplificar, llevar las discusiones al porte de una minifalda y a las sindicaciones hipócritas. Pero, dentro de un contexto de confusión, el término último, que no haya duda, lo tiene el sometimiento por la fuerza que es en cualquier caso intolerable, así el sexo fuerte sea el femenino.