JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 3 de Febrero de 2014

El ministro Lizarralde

 

No creo que se recuerde en nuestra historia reciente, por lo menos en los últimos 40 años, una disparidad tan grande entre las acusaciones lanzadas a un alto funcionario público y la verdad de los hechos. Este es el caso de Rubén Darío Lizarralde. Los dedos acusadores, encabezados en forma infame e irresponsable por el senador Jorge Enrique Robledo, presentaron al nombrado ministro de Agricultura como un abusivo terrateniente, dedicado a buscar durante años enriquecimiento para él y su familia. Además, Robledo, su coro y sus consuetas, buscaron esconder el perfil de profesional eficiente íntegro y eficiente como pocos construido por Lizarralde a lo largo de una carrera bien fecunda.

Por estas razones hay que recordar la verdad de su trayectoria. Recién salido de la universidad, Lizarralde fue instrumento humano fundamental de Noemí Sanín en la solidificación del grupo Colmena, actual Banco Caja Social, como entidad animada prioritariamente por lo que más adelante sería bautizado responsabilidad corporativa. Más adelante, en la Compañía Colombiana Automotriz, introduce el elemento dentro de las formulaciones de esta empresa. En el vice ministerio de Desarrollo sus esfuerzos se centran en la pequeña empresa. En el BID saca adelante programas de redención social en Colombia y Perú. Es eficaz secretario de Hacienda del Distrito Capital durante la administración de Andrés Pastrana.

Su paso por Indupalma deja una vez más el sello de la redención de  segmentos de muy bajos ingresos. Es en verdad irónico -por no decir perverso- que un modelo exaltado por organismos internacionales de distinta naturaleza -ni más ni menos que el articulado por Lizarralde- haya sido puesto en la picota pública por quienes se presumen conocedores expertos de los temas que tramitan.

El ministro Lizarralde viene hablando de subsidios inteligentes, de bajo monto, costo-efectivos, focalizados en los más pobres, de carácter transitorio, cuya eficiencia se ha demostrado en la Unión Europea y Brasil. También de apoyo a la comercialización, que es el cuello de botella en que muchos ministros de Agricultura no había querido caer en cuenta, y por esta vía de una estructura fuerte y moderna de almacenamiento.

Lizarralde encontró su portafolio ministerial desorientado por ministros anteriores dedicados a pensar con el deseo en imposibles candidaturas presidenciales o presos de amargura por no haber llegado a la jefatura de Estado. En Lizarralde hay un conocedor discreto y  minucioso de las realidades socio-económicas del país. Dentro de las formulaciones que eran incomprensible lengua aramea antigua para sus antecesores de la política enana cabe un tema que se ha pedido una y  otra vez en esta columna: la conquista de nuevas fronteras de la nanotecnología y la nanociencia. Sus aplicaciones al sector agrícola y alimentario son cruciales hoy dentro de una previsión de desarrollo acelerado.

Envío inteligente de nutrientes, bioseparación de proteínas, análisis express de contaminantes biológicos y químicos, nanoencapsulamiento de insumos son los grandes temas en las formulaciones agropecuarias del siglo XXI, como lo son el desarrollo de sistemas microelectromecánicos y de microfluidos. Estos temas –también lengua aramea muerta para Robledo- vienen siendo desarrollados por investigadores solitarios de nuestra Universidad Nacional y agentes privados que buscan mayor eficiencia en el campo. Y –ojo- más equitativa distribución del ingreso.

Quizás sea imposible para los detractores gratuitos de este importante colombiano que es Lizarralde, saber que hizo parte hace 40 años del Comité Ideológico del Partido Conservador al lado de Alberto Dangond Uribe y Alfonso Hansen Villamizar. Que escribió muchos años una columna en este periódico. Que buscó la alcaldía de Bogotá.

Y que detrás de toda su actividad se encuentran conciencia social, intelecto privilegiado, decencia sin sombra y amor grande por Colombia