Juan Daniel Jaramillo Ortiz | El Nuevo Siglo
Domingo, 28 de Febrero de 2016
Trump y el acuerdo de justicia
 
 
La  perspectiva cada vez más posible de Donald Trump como presidente de EE. UU., a partir del 20 de enero de 2017, cambiaría totalmente la geometría del proceso de paz colombiano. No se trata del arcano Mississippi o de la Nevada ultraterrestre, donde se hacen ciertas las imposibilidades más ciertas. Es en la Boston señorial y educada, la ciudad que incuba el high-tech y educa en universidades de primer rango global a miles de jóvenes cuyo sello es el liberalismo filosófico. Trump, el negociante de finca raíz y protagonista de un programa televisivo, donde humillaba a aspirantes a empresarios, es ahora el estadista en ciernes que rescatará EE. UU. del desprestigio inmerecido. Así se escucha mientras un vagón de la Red Line deja Boston para atravesar el río Charles, antes de entrar al campus de MIT hacia Harvard Square.
 
Inaudito pero inevitable. Mañana, Super Tuesday  dejará en claro los nombres de los candidatos. Excepción hecha de la exseñorita Universo colombiana, Trump no ha hecho ninguna referencia puntual a la relación bilateral Colombia-EE. UU, pero sí viene repitiendo una y otra vez que uno de sus objetivos es el redoblamiento de la lucha contra el crimen organizado y la postura de cero tolerancia al terrorismo. Es urgente que el país vaya reflexionando y preguntándose cuál sería la posición del presidente Donald Trump en relación con el acuerdo de justicia suscrito entre Gobierno y Farc.
 
El general retirado Michael Flynn es el asesor en asuntos internacionales más cercano a Trump. Experto en terrorismo y partidario de presencia más activa de EE. UU. en países árabes para combatir al grupo Estado Islámico, Flynn discrepó internamente de la intervención norteamericana en Irak durante la administración Bush. Hoy dice sin reatos que fue un error fatal eliminar del esquema geopolítico a Saddam Hussein. Dio a Der Spiegel  (nov. 15, 2015) entrevista extensa donde aparece un internacionalista pragmático y realista que, sin embargo, no estaría dispuesto -es mi lectura- a aceptar penas simbólicas a quienes han cometido graves crímenes contra la humanidad o delitos contra el derecho de la guerra.
 
Flynn fue director de Inteligencia en Afganistán y es veterano de la intervención militar de Reagan en Granada. Conocedor  detallado y minucioso del conflicto en los Balcanes, fue, siendo Mayor, observador cuidadoso del ejército norteamericano en La Haya en los juicios del Tribunal Internacional para la Antigua Yugoslavia. En la entrevista a Der Spiegel pone como ejemplo aplicable a Siria e Irak el fraccionamiento territorial en varios Estados que alojen movimientos políticos con su inextirpable perfil religioso, citando la ruptura ocurrida en los Balcanes.
 
El general Flynn  -es patente- tiene como modelo de paz efectiva el de la antigua república de Josip Broz Tito, uno de cuyos ejes fue y es el procesamiento efectivo de las personas culpables de violaciones al derecho internacional humanitario. Así, es confiable predecir que el acuerdo de justicia, cuyo ingreso a nuestro ordenamiento legal coincidiría con una victoria de Trump, no pasará la prueba ácida del señor secretario de Estado del presidente Donald Trump, general Michael Flynn. En esta designación, Trump repetiría la decisión de Reagan de seleccionar a un prestigioso militar retirado, en aquel entonces Alexander Haig.
 
Si Hillary Clinton accede finalmente al cargo de presidente, es urgente que ciertos analistas internacionales nativos se sacudan para entender que no habrá continuación lisa y llana de la política externa titubeante e insegura de Obama. Habrá del pulso firme, pero generoso, de las dos administraciones Clinton. Porque aquí, otra vez, juega el modelo de los Balcanes, que estructuró Madeleine Albright, y de los acuerdos de Dayton de 1995. ¿Secretario de Estado?  Samantha Powers, actual embajadora ante la ONU, académica sólida y, como Flynn, admiradora del modelo de los Balcanes.