Juan Daniel Jaramillo Ortiz | El Nuevo Siglo
Lunes, 6 de Junio de 2016
Jara en Unidad de Víctimas
 
No podría creerse: desde 1945 cerca del 90 por ciento de las víctimas de guerra interna o internacional son civiles inocentes. El Departamento de Investigaciones de Paz y Conflicto de la Universidad de Uppsala viene confirmando alrededor de esta cifra una dinámica que sería incomprensible si se piensa que hace casi 100 años entraron en vigor las Convenciones de Paz de La Haya de 1899 y 1907, y casi 70 las de Ginebra de 1949.
 
Si se añaden las cifras de desplazamiento forzado (cerca de 7 millones desde 1985) y civiles muertos (cerca de 180 mil desde 1958) más secuestros, masacres y víctimas de minas, el resultado total colombiano no está lejos del 90 por ciento. Es una cifra que crece inevitablemente cada día.
 
La Unidad de Reparación a Víctimas es fundamental tanto desde el punto de vista humanitario como de desarrollo económico. Se trata de un contingente que requiere la acción afirmativa y pronta del Estado. Las víctimas tienen derecho pleno a reincorporarse o incorporarse por primera vez a la vida gananciosa en sociedad.
 
Sin embargo, no hay quizás un solo estudio que dispute la existencia de un devastador impacto psicológico que se constituye con frecuencia en barrera de acero dentro de este renacimiento personal.  No estamos ante una incomodidad efímera. El reto es enfrentar una enfermedad conocida como PTSD (en su sigla inglesa), que es el trauma que sigue a eventos revestidos de violencia inusual que afectan aquellos dispositivos neuronales, como la serotonina, vinculados estrechamente al balance emocional y mental.
 
Desconozco la existencia de estadísticas amplias y confiables en el país en materia de PTSD. Las guerras en Vietnam, la antigua Yugoslavia y Ruanda, por ejemplo, dejaron cuotas altas cuyas manifestaciones han sido y son vidas desperdiciadas y ociosas, reclusión permanente en hospitales psiquiátricos y asesinos en serie que han multiplicado todavía más el número de víctimas. Se sabe, igualmente, que el síndrome tiende a prolongarse inter-generacionalmente en la forma de odios y rencores que se convierten en mechas listas a encenderse en cualquier instante.
 
Con o sin paz firmada, la Unidad de Víctimas es agencia gubernamental que exige el apoyo irrestricto de todos en Colombia. Y también es hora de que esta dependencia intensifique sus lazos con buen número de organizaciones no gubernamentales. El diálogo no puede ser evitado porque se sostengan visiones distintas de una paz que el país finalmente ansía en todos sus estamentos.
 
Decenas de estudios lo confirman: presente el fantasma de la inestabilidad mental y/o emocional, cualquier esfuerzo corre con margen de fracaso inmenso.
 
Alan Jara padeció los rigores del secuestro prolongado. He tenido ocasión de intercambiar opiniones con él varias veces y me asombra su contextura interna sólida y persistente, casi testaruda. Pero también su receptividad a las consecuencias funestas del conflicto. 
 
Su presencia en la jefatura de la Unidad de Víctimas no puede ser más apropiada. En situaciones de post-conflicto en países africanos y asiáticos, como también en Bosnia-Herzegovina, las víctimas indemnes recibieron roles clave de gestión. Para que impulsaran con pasión el rescate de grupos humanos integrados por quienes fueron afectados en su más fuero íntimo personal.
 
Curada o en curso de mejoría esta enfermedad que es PTSD, viene una segunda instancia terapéutica, que mira a la resolución pacífica de conflictos, este instrumento devaluado hoy al grado de lugar común. Que envuelve, no obstante, el elemento último hacia la paz perseverante.
 
La nueva contienda implica sanar, de un lado, y educar, del otro. Sin estos dos requisitos, trabajo, emprendimiento y formación de familia están en vilo. ¡Buen viento y buena mar ingeniero Jara!