JUAN DIEGO BECERRA | El Nuevo Siglo
Domingo, 20 de Mayo de 2012

Carta abierta a quien interese

Nada justifica la violencia y nada justifica el terrorismo.

Los actos terroristas de esta semana en Bogotá fueron el deja vu de unos años terribles en la historia reciente de nuestro país. Las imágenes de bogotanos envueltos en pánico, el sonido de las ambulancias y los comunicados desde hospitales, se repetían en todos los medios, como si necesitásemos una vigilia para evitar volver a caer en el miserable dolor causado por los enemigos de cuarenta y tantos millones de colombianos.

Pero más allá del repudio generalizado a actos de esta naturaleza, a las bombas y al terror que quieren infundirnos, parece que pasamos de largo el terrorismo de las palabras, esas que aunque no tengan una relación directa con muertos o explosivos, causan un dolor más intenso porque perduran como si no pudiesen borrarse.

Sólo puede decirse que el terrorismo de las palabras es tan miserable como el terrorismo que tuvimos que vivir esta semana.

Ninguna posición ideológica puede justificar amenazas como las que hemos visto en contra de Piedad Córdoba o las vías de hecho como las que tienen a Fernando Londoño en el hospital.

Ninguna idea de país, sea de izquierda o de derecha, puede aprovecharse de la violencia apalancando un discurso, cualquiera que sea. No podría existir un Dios que esté de acuerdo con proyectar una vida a costa de la muerte de los otros.

Por esa misma razón no es sencillo entender la posición de las personas cercanas al expresidente Uribe. Más allá de la visión de país que él viene proponiendo, buena o no, aunque podría simplemente reducirse a un país más seguro, cualquiera que sea para él la concepción que este encierra, es difícil entender cómo de repente la violencia del pasado lunes termina siendo aprovechada para dividir más a un país herido y dolido.

Es comprensible el distanciamiento ideológico entre personas, incluso las diferencias causadas por modelos de país diferentes. Pero para un país como el nuestro, usar la violencia como un mecanismo para marcar mayor diferencia no hace más que ahondar los rencores y las rencillas que tantos años vienen haciendo al país.

Si queremos pensar en un país, el camino no puede seguir siendo la violencia. Ni la de las bombas, ni la de las palabras. Mantener el camino sólo puede llevarnos a seguir igual, como si no fuesen suficientes tantos años de muertos y tantas lágrimas derramadas.

@juandbecerra