Justicias propias | El Nuevo Siglo
Martes, 4 de Julio de 2017

Hace ya casi un mes sucedió en el Congreso de la República un incidente gravísimo que sirvió para actualizar, una vez más, el carácter instrumental que la justicia, la equidad o la ética, tiene para muchos personajes que se mueven en la actividad política.

Los hechos, suficientemente conocidos por todos, hacían referencia a la supuesta agresión de la que el Subsecretario del Senado denunció haber sido víctima por parte de un camarógrafo del noticiero de televisión “Noticias Uno”. Todo lo cual resultó ser una falsedad tan grande como el edificio donde se fraguó.

El tema, como corresponde a la naturaleza nacional se fue diluyendo en la atención pública, pues Colombia, como lo han dicho varias veces, es un país en el que pasan muchas cosas graves, pero ninguna seria.

Lo que ocurrió, fue ni más ni menos que el país tuvo evidencia documental plena de cómo se monta un falso testimonio para responsabilizar a alguien por algo que no hizo. Pero lo sorprendente, más allá de la gravedad de lo ocurrido, es la reacción tan comprensiva de algunos Senadores con semejante conducta de quien, entre otras cosas, debe dar fe de lo que ocurre en la Corporación.

El CD, probablemente el partido político que más se ha declarado víctima de lo que ellos llaman el “cartel de los falsos testigos”, fue el más condescendiente. Asombroso, por ejemplo, que el Senador Ramos Maya, denunciante a todos los vientos de los supuestos testigos falsos en contra de su padre, no haya tenido ninguna reacción enérgica en contra de quien monto un falso testimonio en el augusto recinto donde ejerce su labor parlamentaria. Tal parece que para el CD y para el Senador Ramos, los falsos testigos solo son malos cuando se usan en contra de sus allegados. Si la víctima es un periodista, y más si es de Noticias Uno, no tienen ningún reato moral en avalarlo o, por lo menos, en mostrarse comprensivos con el falsario.

Justamente en ese comportamiento es donde se manifiesta la relatividad ética de esa agrupación política y de su más conspicuo Senador. No tienen un estándar fijo para medir lo que es justo o injusto, moral o inmoral o ético o antiético, sino uno flexible que acomodan de acuerdo al interés político, económico o familiar de cada ocasión o contra cada adversario.

El tema no sería grave si se tratara de una organización política marginal, pero se trata de un partido grande que tiene un gran número de seguidores, algunos de un radicalismo peligroso. Si no se aprovechan coyunturas como la del caso “Saúl” para dar lecciones éticas por parte de ese partido, ¿qué tipo de sociedad es la que aspira a construir como alternativa de poder?

 

Independientemente del juego político, que en muchas ocasiones es oportunista, es claro que a los partidos también los cobija la obligación constitucional de asegurar la convivencia pacífica y la vigencia de un orden justo.

Lograr eso, no es tan difícil. Es simple cuestión de no justificar la maldad ajena cuando se dirige contra otros, adversarios o no.

@Quinternatte