Bastante caldeados los ánimos en diferentes sectores del país, las marchas no han dado tregua y los ciudadanos del común, asistentes desprevenidos a diferentes teatros de protesta, han resultado pagando con mucho sacrificio, las dificultades generadas por manifestaciones tanto pacificas como violentas, que se están dando en disímiles lugares, especialmente en Bogotá.
Escuchamos a diario voces pacifistas unas, violentas otras, que hablan de protesta social pacífica, enarbolando el derecho a manifestarse en contra de variados y diversos temas, posición adecuada y constitucionalmente reconocida, pero poco o nada regularizada con la seriedad y firmeza que el asunto demanda. Permítanme remitirme al concepto de protesta pacífica conocido mundialmente, el que hace referencia a grupos de personas exteriorizando su descontento, ubicadas en un parque, un parqueadero, una bahía vial, en fin, ocupando un área específicamente determinada por las autoridades, donde los ciudadanos exhiben pancartas, expresan arengas a los asistentes, pidiendo tomar posiciones claras de cara a sus peticiones, las que serán escuchadas y estudiadas por las autoridades.
Estos grupos no invaden la malla vial, ni atenten contra la movilidad de transeúntes, mucho menos alteran la paz y cordialidad del sector. A estas reuniones las autoridades les fijan hora de inicio y tiempo para terminar su actividad, responsabilizando a los organizadores de toda alteración del orden que se pueda presentar y cuando el orden público se altera, la policía se encarga de enfrentar la problemática llevando la situación a sus justas proporciones, con procedimientos establecidos, acordados y reglamentados.
Por lo tanto es claro que no existe gobierno así sea Progresista, o Socialista del siglo XXI que no necesite de una fuerza pública para enfrentar y manejar las protestas sociales, que siempre existirán, con el peligro en nuestro medio que todas ellas se convierten en turbas, algunas muy excepcionalmente de generación espontánea, otras venidas de manejos oscuros movidas por intereses partidistas e inconfesables; a no ser que estos gobiernos se inclinen por los Colectivos que son hordas de facinerosos organizadas y dirigidas por cabecillas agazapados que económicamente mueven intereses personales, sin obedecer a protocolos o manuales de procedimiento, menos a férula penal alguna. Así, con esa libertad de acción, no es gracia manejar protestas por absurdas que resultan.
Basado en lo anterior quiero hacer claridad a mis ambles lectores que el Esmad no nació de generación espontánea ni mucho menos. Es fruto de una vasta experiencia y tanto su entrenamiento como la capacitación de sus hombres, el armamento y el equipamiento son resultado de un largo trayecto por el que pasamos gran cantidad de hombres y mujeres que recordamos el empeño puesto por la institución para profesionalizar este componente. Acabar el Esmad es amárrale las manos a la autoridad y dar paso a la anarquía.