El presidente de la República, en un discurso de una hora, y vestido como su dignidad lo impone, instaló las sesiones del Congreso en ceremonia que marca la mitad de su Gobierno y en medio de muchas expectativas sobre sus propuestas y mensajes para esta segunda parte de su administración.
Pidió disculpas por los escándalos de corrupción en la Ungrd, no podía ser menos; sin embargo, no es suficiente generalizar la corrupción, afirmando que todos se corrompen que no hay ideología para la corrupción. El hecho concreto es que su Gobierno se corrompió, utilizó el dinero de los impuestos de los colombianos para “enmermelar” a varios congresistas, entregándoles dinero en efectivo a unos, contratos a otros, con el propósito de obtener la aprobación de sus reformas en el Congreso. El escándalo pasa por los presidentes de Senado y Cámara, Comisión de Acusaciones, que es su juez natural, se lleva varios ministros (Hacienda e Interior) y funcionarios de la administración.
Nunca habíamos visto los colombianos una corrupción tan abierta y tan descarada. Rompe con el equilibrio democrático, termina el juego de pesos y contrapesos entre dos importantes ramas del poder público, que dejan de cumplir sus funciones constitucionales, para obtener unos fines políticos sin importar los medios de que se valen para conseguirlos.
Eso no se borra con pedir perdón ni con descargar la responsabilidad en un funcionario gubernamental, que a todas luces se nota que fue un mero instrumento. Esperamos los colombianos la más exhaustiva investigación por parte de las autoridades judiciales. La rama judicial en estos casos se convierte en “la columna de hierro” de una democracia; por ello, todo el apoyo de los colombianos debe ser para la Corte Suprema de Justicia, a quién corresponderá, por el fuero constitucional, juzgar a todos los comprometidos en el escándalo, ministros, senadores y representantes y aplicar una justicia ejemplarizante dando a cada cual lo suyo.
En su discurso, el Presidente cambia el tono polarizante de los últimos meses, para plantear la necesidad de llegar a acuerdos nacionales sobre sus propuestas de cambio en los diferentes órdenes, principalmente los sociales y la paz total. ¡En hora buena! Esta debió ser su propuesta hace dos años cuando tomó posesión del cargo y hasta ahora la retoma, cuando ya está determinado por las circunstancias calamitosas que se observan en la corrupción que amenaza por sacar del juego a muchos de sus principales alfiles.
Advirtió el Presidente en su discurso: “Nosotros nunca nos hemos negado a un diálogo con parlamentarios, pero ese hablar con los parlamentarios debe ser eficaz; yo les propongo hablar, dialogar, sentarnos a discutir los argumentos como buenos parlamentarios que son. Y que ese argumento transparente pueda llevarnos a las verdaderas reformas que necesita Colombia.”
Ojalá que este discurso se convierta en derrotero para el tiempo que le falta, no solo con el Congreso, sino con todos los sectores sociales y económicos de la sociedad colombiana.