El papa Francisco ha tratado de sembrar el concepto de la cultura del encuentro, en oposición a esa mentalidad tan de nuestra época que insiste en dividir, clasificar, separar a las personas como si no todos fueran seres humanos. En Colombia, por ejemplo, los últimos diez o quince años de la política se han movido sobre el diabólico empeño de dividir a los ciudadanos casi hasta el punto de llevarlos a enfrentarse violentamente. Y este circo político no se detiene: los discursos, las acusaciones, los alaridos desde las curules, la repartición de los privilegios, son el pan de cada día, para que nos veamos con desconfianza, para que tendamos muros -aunque hagamos la pantomima de que nos molestan- y así no mezclarnos los unos con los otros. El resultado es una sociedad siempre pendiente de amurallarse para evitar al otro y desentenderse de él.
La próxima visita del Santo Padre podría ser una ocasión única para que los ciudadanos nos encontremos y reconozcamos como parte de una única sociedad. Es una oportunidad para que los habitantes de cada ciudad -Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena- demuestren que son mucho más que las fracciones en que nos ha dividido la clase política, mucho más que estratos, muchísimo más que seres solitarios y también, mucho más, que fieles de “diversas religiones”. Cuando las multitudes se agolpen alrededor del Papa Francisco el mensaje tendría que ser unánime: somos una nación, un pueblo soberano, no somos alfiles de nadie ni siervos de nada. Tiene que ser una congregación de espíritus que se manifiestan sobre todo como seres libres que ni se compran ni se venden y tampoco son objetos de empeño. Y, además, somos hermanos.
Muchos de los enemigos de la comunidad colombiana han podido avanzar en sus pretensiones debido al alto grado de desencuentro en que vivimos. Por las grietas de la injusticia social, por las fracturas de lo político, por los abismos religiosos, por las troneras morales, se han infiltrado grupos armados, partidos políticos del odio, espiritualidades de la explotación, saqueadores de la riqueza nacional. ¡Y ojalá esta desunión no sea la ocasión para que algún vecino cruce nuestras fronteras en busca de lo que no se la ha perdido, como con la vieja Panamá! ¿Quién tomará la bandera de unir a los colombianos en este acontecimiento especial de la visita del Sumo Pontífice? No se puede dejar el estandarte para que cualquiera lo capture y lo manipule. Alguien, no algo, tiene que enarbolar la insignia de la unidad para impulsar una nación que hoy vive desunida y como estancada. Pueda ser que aparezca.