Nos hemos ido acostumbrando a escuchar y a ver la exhibición de la enorme riqueza de algunos cuantos deportistas, bien sean nacionales o de otras latitudes. Más de 220 millones de euros se acaban de pagar por un futbolista brasilero. Ya conocemos la colección de automóviles de otro futbolista del Real Madrid. Y ni qué decir de los pilotos de carreras, o de los grandes basquetbolistas de los Estados Unidos. Y esta élite viaja en avión privado, se hospeda en hoteles de más estrellas que la vía láctea. Nos exhiben sus vacaciones en playas exóticas con variadas compañías. Un pequeño mundo de unos cuantos deportistas que por sus cualidades y trabajo han atraído cantidades fabulosas de dinero. Lo incómodo del tema es que, como en tantas otras actividades, al lado de ellos subsiste la gran masa deportiva con ingresos apenas decentes. Y la distancia, como decía la ranchera, es cada día más grande y, añadamos, absurda.
Lo que pasa en este campo del deporte se puede trasladar perfectamente a otras áreas del desempeño humano. Por razones diferentes, unos pocos se hacen acreedores de unas sumas de dinero que, por su cuantía, empiezan a tener un mal sabor social. Si es cierto que, a muchos, porque rara vez es a todos, nos interesaría que el mundo fuera más justo y equitativo, más solidario, estos esquemas económicos van exactamente en el sentido contrario.
Con toda seguridad estos ricachos deportistas ganan unas sumas que deben ser muchas veces lo que se ganan sus coequiperos o la gente que los entrena o quienes les disponen sus elementos de trabajo o administran sus equipos. De malas, dirán algunos. Injusto, diremos otros. La igualdad y la justicia se darán allí donde los recursos se distribuyen con un sentido claro de equilibrio, lo cual no quiere decir que todos ganen igual, pero sí que se dé mucha más justicia en la distribución del vil metal.
Y no es menor el impacto que esta exhibición de la riqueza de unos pocos tiene sobre la mente del común de la gente. Primero porque genera esa expectativa tan humana de llenarse de dinero rápida y divertidamente, cosa que solo sucede en muy pocos casos. Segundo, no deja de suscitar un sentimiento un poco revuelto de admiración y envidia. Pero, a la larga, como la gran mayoría de las personas lucha sin cuartel para no morir de hambre, pues estas cifras monumentales reconcentradas en unas pocas personas van tomado un sabor más bien amargo y de claro desequilibrio. Y, por otra parte, no deja de generar muchas preguntas el hecho de que corra tanto dinero en unas actividades, las deportivas, cuya verdadera importancia para la humanidad está lejos de ser vital, aunque se les difunda profusamente.
A veces queda la impresión de que la élite deportiva exhibe sus millones, no solo con soberbia, sino también con algo de ostentación de poder. La construcción de sociedades más justas también pasa por estas instancias, como debe tocar a los artistas más famosos y a todos los que puntualmente, pero también sucesivamente, se hacen a unas fortunas francamente desproporcionadas. Los méritos nadie los discute. Toda esa plata en un solo bolsillo, casi todos la discuten.