En el diario transcurrir de la vida de la Iglesia la mujer es el principal motor. A veces se piensa que lo son los sacerdotes, pero en la práctica la inmensa mayoría de actividades que hay en ella tienen a la mujer como protagonista. Pareciera que Dios les hubiera regalado una especie de aptitud natural para lo espiritual y de ahí que sean siempre las mujeres quienes encabecen lo religioso, al menos en la Iglesia universal. Mientras que los hombres tenemos que idear un sinnúmero de estrategias para encontrarnos en la atmósfera divina, a la mujer le basta mirar una imagen, tomar un rosario, arrodillarse y pronto está en ese medio. Y en la práctica de la caridad cristiana es difícil igualar su entrega abnegada y constante. Gracias a ellas se han abierto puertas que tal vez ni el Espíritu Santo había logrado franquear.
En la vida de Jesús es sumamente interesante descubrir el papel que tuvieron las mujeres. Comenzando por María que percibió con claridad absoluta el llamado de Dios para ser madre de su Hijo y abrió su corazón y toda su vida para ser instrumento de Dios. Con una libertad inimitable se declaró “la esclava del Señor”. Y aparecen más mujeres que acompañan a Jesús, como Marta y María, como la samaritana. Y las que llenas de fe son capaces de sacar de Jesús toda su potencia divina en curaciones, en resurrecciones, en misericordia. Es digno de notar que Jesús acerca enormemente a la mujer a su misión y de pasada le reconoce toda su condición humana y espiritual, en un medio que la veía casi que como un ser de segunda categoría. Esto debió causarle no pocos inconvenientes en un mundo áspero con ellas.
Para algunos, la situación de la mujer en la Iglesia no será la justa hasta que no acceda al mando supremo, a través del sacerdocio. Dios irá señalando caminos. Pero no sería honesto no contarles a ellas que ese puesto de mando es duro y muchas veces lleno de oscuridades. Ni siquiera por razones puramente humanas. Es así por la naturaleza de la tarea pastoral y profética. Los viejos profetas del primer testamento se quejan con amargura de la tarea recibida, pues que a veces los hace sentirse seres marginales y hasta detestados. El verdadero liderazgo pastoral y espiritual no ha perdido un milímetro de esa característica. Y aunque Dios sostiene, la carga es constante. En realidad, el profetismo que las mujeres han ejercido desde siempre en la Iglesia, como las principales portadoras del Evangelio en todos los ámbitos, difícilmente puede encontrar una mejor ubicación. Y si lo ejercen más a fondo, nunca habrá por qué perder la esperanza, pues sin su acción decidida el pueblo de Dios tendría un aire de desierto. Como lo tendría también toda la humanidad sin ellas.